El Mundial parece generar un ambiente donde todos los argentinos desperdigados a lo ancho y a lo largo de nuestro territorio y en el exterior, sin importar las diferencias de clase, género, etnia o ideología, nos abrazamos como una milicia medieval que lucha por la liberación. ¿Cómo se forma, a partir de este clima mundialista, una homogénea identidad patriótica y nacional?
Por Luciano Sáliche || @LucianoSaliche || 26-06-2014
I
No tenemos Patria. No existen en nuestra corta historia de vida los acontecimientos que hayan unido a todos y cada uno de los argentinos en una masa amorfa y fraternal. Nuestra historia está trazada por rivalidades fragmentarias que se condicen con la lucha de poderes, con eso que hoy la oposición llama –ingenuamente y refiriéndose sólo al último proceso político- la grieta. Desde unitarios y federales, rosismo, mitrismo, radicalismo, peronismo, setentismo, kirchnerismo. Cada movimiento político emergente o institucionalizado tuvo su contraparte, tuvo un movimiento antagónico. Nunca estuvimos todos unidos bajo una misma bandera. Y cuando digo todos unidos no me refiero a alguna película de Warner Bros donde la vida sucede en un barrio de casas igualitas color pastel, los vecinos se saludan amablemente y siempre hay un sol enérgico en el cielo sino, más bien, a la simbología nacional que hermana a los integrantes de un mismo territorio a partir de hechos que lo demuestran.
“La independencia fue una farsa –me dijo un amigo-, en realidad fueron españoles criollos que se independizaron de la Corona”. Y luego pensamos en Sarmiento. Porque Sarmiento entendió que en Argentina no había Patria y para crearla debía poner en marcha un plan integral. Su esquemático pensamiento de civilización o barbarie entendía que lo que había acá no servía, que las masas no tenían ni la voluntad ni la capacidad intelectual para forjar una idiosincrasia constitutiva, una identidad nacional. Entonces intentó adaptar, de la forma más honesta posible, los ideales europeos al pueblo argentino. Sarmiento era, antes de todo, un educador; y su objetivo, educar. La resignación frente a la barbarie fue su motor. “Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos sin poderlo remediar, una invencible repugnancia”, escribió. Y también: “La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes” [1]. Educar era, para él, un sinónimo de europeizar, de salir del atraso, de caminar hacia el progreso, de encarar una revolución cultural, de formar una Patria.
II
La guerra tiene la facultad de marcar un enemigo externo. Esa capacidad de borrar todas las diferencias étnicas, clasistas y de género para introducir a la población en su conjunto bajo una masa amorfa y unida, esa capacidad es propia de un evento bélico.
“El tema más profundo de la identidad argentina es la Patria porque no la tenemos; y la Guerra de Malvinas es el último evento patriótico”, me dijo una vez Carlos Godoy [2]. Quizás sea el único. No se recuerda otro momento contemporáneo en que todas las clases sociales se hayan unido por un reclamo que atañe a todos los que formamos parte del territorio.
Argentina es un país que podría denominarse nuevo. Con apenas 200 años de historia, se han registrado una cantidad considerable de dictaduras, masacres, atentados, asesinatos y desapariciones surcados por hechos políticos. Ideología que se encierra en formas divergentes de concebir la Nación. Pero los enemigos siempre fueron internos. En cambio, Malvinas es -porque continúa siéndolo- una estación terminal donde confluyen todos los tipos de identidades nacionales. Inglaterra es el enemigo, claro, visible, concreto, al cual todos odiamos y debemos eliminar.
Y en el Mundial hay enemigos. Ficcionalizados claro, pero hay que eliminarlos. El que vence es el mejor porque, además de pasar a la siguiente etapa, obtiene el bien supremo: el honor. El honor de ser argentino. Y no hay nada más preciado para el hincha que manifestarlo. Como cuando alguien se levanta la manga de la remera hasta el hombro y con el otro brazo se golpea el tatuaje de Diego Armando Maradona, dibujado con la camiseta de la selección: El Diego es argentino, papá.
III
El círculo no cierra con sólo construir un enemigo y entendernos a partir de una otredad, porque la construcción interna de la Patria debe ser certera. Y la forma fraternal y de hermandad que fortalece esta construcción es la solidaridad. Cuando a principios de abril de 2013 la ciudad de La Plata vivió una fuerte inundación que causó 89 muertes, las diferentes regiones del país fueron solidarias. El envío de ayuda -alimentos, ropa, colchones, etc.- se hizo tan contundente que apareció en el ambiente un sentimiento interno de Patria que pocas veces se vio.
El slogan propagandístico del partido gubernamental de Argentina es “La Patria es el otro”. La Presidenta lo suele mencionar con frecuencia en sus discursos. Nótese cómo se construye la interpelación a partir de un sentimiento clave: la solidaridad. El sentimiento patriótico y nacionalista implica entenderse como parte de una población con identidad común. Es allí donde se entrelazan las diferentes comunidades bajo una identidad de pertenencia a partir de la cooperación mutua.
IV
Hay que decir que el nacionalismo es muchas veces una barrera. Porque si nos apoyamos en los estrictos términos marxistas hay que afirmar que un obrero precarizado del Gran Buenos Aires tiene mucho más en común con un obrero precarizado de Varsovia que con un terrateniente del Paraná. Entonces la unidad popular proletaria se ve truncada por una simbología que, si bien construye una identidad popular, oculta la verdadera división entre oprimidos y opresores.
Sin embargo, Ernesto Laclau advirtió que a partir de Gramsci ya no se puede pensar la construcción de identidades revolucionarias en términos clasistas [3]. A lo que Laclau se refería es que los movimientos obreros no permanecen en el centro de la escena ya que la dispersión de la sociedad sólo puede reagruparse a partir de una propuesta que encastre los diferentes reclamos bajo una demanda universal, que cree una identidad donde puedan verse reflejadas los distintos actores sociales, pero sobre todo los de abajo, dejando abierto así el abanico a una multitud difusa y atenta. Esto es el populismo, “un sistema político que no es ni bueno ni malo porque no tiene un contenido ideológico” [4]. La formación de la identidad nacional -que es, en los términos que esta nota propone, el enclave fundamental de la Patria- se forja a partir de una serie de eventos causales que, siguiendo a Laclau y su teoría de lo ideológico, se obtienen a partir de un punto de indecibilidad. Este es el momento en que el sujeto toma la decisión, como acto hegemónico que configura objetividades, y cristaliza la demanda universal. Estos son los famosos significantes vacíos donde la universalidad de significados confluyen en un único significante. De forma más sencilla, el sociólogo Juan Manuel Lucas expone: “El Peronismo es un ejemplo insustituible en este sentido. Polisémico por definición, constituye un significante ‘vacío’, una palabra carente de significado, que puede llenarse con cualquier definición. Menemistas, duhaldistas, kirchneristas, sciolistas, cada quien puede atribuir su propio significado al significante ‘peronismo’. Como ironizaba la sonrisa amplia del general, ‘ah no… peronistas somos todos’” [5].
Esa misma connotación aparece en la identidad nacional. ¿Qué significa ser argentino? Al fin y al cabo no es otra cosa que haber nacido en este territorio. Pero no, es algo más. No se reduce al gentilicio que figura en el DNI. Es una construcción identitaria totalizadora que engloba los diferentes significados que cada uno pueda darle.
V
Messi no es argentino. Al menos en los términos que hoy concebimos la argentinidad. Lionel Messi nació en Rosario pero se fue a los 13 años, en el amanecer del nuevo siglo, a jugar al Barcelona debido a un síndrome hormonal que padecía y sólo este club podía pagar. Vivió la Argentina de la crisis del 2001 desde un autoexilio futbolístico. Así fue como dejó el país desde chico y se sometió a un tratamiento de crecimiento. Es evidente que todo lo que aprendió y vivió en los potreros argentinos y en las inferiores de Newells lo formó y le dio ese talento que sólo se aprende de chico. (Si para muchos la Patria es la infancia, entonces sí, Messi es argentinísimo.) Luego fue el Barcelona el que lo entrenó como un experimento magnífico. Y fue efectivo, Messi es considerado por un número relevante de personalidades relevantes como el mejor jugador de todos los tiempos. Y el resultado habla por sí solo: la Copa del Mundo con el Sub-20, la Medalla de Oro de los JJOO, seis Ligas españolas, dos Copas del Rey, Seis Supercopas de España, tres Champions Leagues, dos Copas del Mundial de Clubes y dos Eurocopas. Ganó tres Balones de Oro consecutivos y tiene unos cuantos récords voluptuosos. No se discute la enorme huella que está dejando en el fútbol. Lo que sucede es que, a pesar de ganar todo, le falta algo: la Copa del Mundo. Y esto, se sabe, es una espina en el bajo vientre de Messi.
Argentina ganó los tres partidos que jugó pero sin embargo el equipo no gusta. Todos los jugadores que componen el plantel titular y el banco de suplentes son estrellas de sus clubes. Lo que falta, acusa la hinchada, son huevos. No mística ni personalidad, eso sobra, eso lo puede brindar el rezo encadenado de todos los que, con los dientes apretados, esperan frente al televisor el grito desgarrador. Sin embargo, Messi aparece, y no lo hace como un Hulk mutante que arremete con toda su masculinidad, sino, más bien, como un Jesucristo ciborg, salvador, lírico, hermoso, cargado de todo el complejo vitamínico otorgado por el mejor club de los últimos años para saciar, al menos en ese momento, la inconforme realidad argentina. Y es ahí cuando sucede, de forma irreductible, el complejo entramado de subjetividades individuales que forman la argentinidad, la abrumadora identidad nacional, el pueblo… la Patria.
VI
Patria proviene del latín y significa familia o clan; aunque también tierra paterna. La acepción designa origen, identidad, tradición. Por otro lado, el nacionalismo es una corriente política surgida en la época de las revoluciones de finales del siglo XVIII donde esa idea de Patria se resignifica en una identidad puramente territorial donde se unen conceptos como Nación y Estado.
Cuando consulté a otro amigo sobre el tema me dijo: “¿Acaso la Patria tiene fronteras? Me parece algo antiguo. Yo la asocio más con el romanticismo”. La globalización no volteó las fronteras pero de alguna manera las desdibujó. Entonces pensar en la Patria es pensar en una tradición, una identidad que se nos delega, que proviene del pasado y que se resignifica, que presenta cierto dinamismo.
¿Cuál es entonces la dimensión patriótica y nacionalista que emerge en época mundialista? No se puede negar el etnocentrismo contemporáneo, ese chauvinismo que, sumado a la infatigable cultura del aguante que suele tener el fútbol, hace que una pelea de cánticos picarescos termine en una ensangrentada pelea de puños [6]. En el Mundial todo es muy friendly, muy turístico hasta que los cables humanos entran en cortocircuito y el amor por los colores se transforma en una defensa violenta, que va al choque, a trabar con mala leche sin que nadie haya siquiera atacado. Pero esa es la parte medieval del Mundial. Porque el mundial es un evento turístico y espectacular que, además de costarle unos cuantos millones al pueblo brasileño [7], sacia las necesidades de gloria, divertimento, energía pulsional e identificación pasional de una masa uniforme de hinchas y no hinchas que depositan todas sus esperanzas en algo que les puede dar una gran alegría. Y cuando digo alegría no me refiero a un pudiente viaje a Europa o al nacimiento de un nuevo miembro de la familia sino a presenciar un hecho trascendente de la historia, vivirlo y llevarlo consigo como un suvenir invaluable y exhibirlo frente a las futuras generaciones. Algo que puede ser sintetizado en alguna acepción del término honor.
VII
En el portal de noticias donde actualmente trabajo le pedimos a la audiencia que suba fotos a Twitter minutos antes que juegue la selección. Selfie mundialista: contanos cómo vivís la previa de Argentina. Cientos de tuits donde personas de diferentes clases sociales, géneros y etnias sonríen a cámara con algún elemento celeste y blanco. Esas fotos familiares de un número considerable de personas que sonríen y esperan que empiece el partido contienen varios de los elementos patrióticos descritos anteriormente. De fondo está la televisión, el artefacto que pasa el espectáculo. Pero ese espectáculo ya no lo es. Es un evento deportivo que muta a arena de batalla donde los jugadores, que ofician de soldados especialistas en jugar al fútbol, nos representan a todos, incluso a los que no les gusta el fútbol. No juegan a la pelota, como se suele decir en el barrio, juegan al fútbol, porque nada tiene de amateur esta instancia crucial.
En Argentina pasa algo relevante con el fútbol. Se piensa, se vive, se reflexiona a partir de él. Las subjetividades regionales contienen este componente que, a diferencia de otros países, nos moldea. No porque nos corra fútbol por las venas, sino porque ocupa un lugar importante en las costumbres de nuestro país. Luis García Fanlo escribió mucho al respecto: “La argentinidad es un discurso performativo que nos hace ser argentinos en los términos y bajo las condiciones de un conjunto de exigencias” [8]. La exigencia principal parece ser, bajo este clima mundialista, estar atravesado por la pasión. Fanlo dejó en claro, en un potente artículo de Alrededores [9], que la pasión es, además de la fraternidad entre los hinchas para con su equipo, un entramado político de poder, corrupción y faccionalización social.
Lo interesante es ver cómo se entrelaza la identidad nacional con el fútbol mundialista porque en ese tejido emocional prevalece una idea de verdad, la de la Patria. “La patria se vuelve, entonces, una experiencia compartida de lo afectivo: la comida, la danza, la música, el deporte. El fútbol, para esto, era y es perfecto: es pura emotividad del relato de la patria”, escribió Pablo Alabarces [10].
VIII
Hay una pregunta que entra en el terreno de la literatura cotidiana pero que se debe formular: ¿se vive como se juega? La respuesta parece ser un no rotundo. Porque, por ejemplo, el talento, la fortuna y la personalidad de Messi nada dicen de nuestro pueblo. Pero el interrogante intenta filtrarse por el valor que le damos al fútbol y cómo lo relacionamos con nuestra forma de vida.
Ahora bien, si entendemos al fútbol como un elemento constitutivo de nuestra cotidianeidad la cuestión se abre aún más. ¿Acaso no habla de nuestra sociedad la forma que adopta el fútbol: la violencia de las barras, el exacerbado poder de la AFA y la dependencia de los clubes, la medida gubernamental de Fútbol Para Todos, la cultura del aguante, la cantidad de policías dentro y fuera de los estadios, el alambrado que separa la tribuna de la cancha, la proliferación de programas de debates de periodistas deportivos y exfutbolistas?
La pasión que genera el fútbol está tan arraigada que muchos futboleros me han afirmado, a veces por lo bajo, que prefieren ver a su club ganar el torneo local o la Libertadores antes que ver a la selección levantar la copa del Mundial. Este hecho, por mínimo que parezca, es trascendental en términos de identidades.
“Nada cambia si ganamos el Mundial. Festejaremos un mes seguido y después pasará. Sólo es fútbol”, me dijo un amigo. Y es cierto: cualquiera sea el resultado no modificará la realidad material de nuestra existencia. Quizás seremos un poco bastante más felices. Quizás. Y con eso ya es suficiente.
Notas al pie
[5] En torno a los significantes vacíos de Ernesto Laclau. Juan Manuel Lucas. Mendoza online. Año 2014.