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FIFA GO HOME

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El Mundial de Brasil 2014 planteó el interrogante acerca del beneficio que puede tener organizar uno de los eventos más importantes del mundo y abrió el debate respecto a las verdaderas necesidades de un país.

Por Luciano Gauna || @luchogauna || 16-06-2014


El mundial más caro de la historia está en marcha y quizás ganarlo sea el único consuelo para un pueblo que respira fútbol pero que siente la amargura de los 11 mil millones de dólares gastados en las obras prometidas e incumplidas.

Con grupos “anti-mundial” organizando protestas callejeras, demandas de sindicatos reclamando mejoras en los servicios de salud, educación y transporte y señales de tensión en las favelas de Río de Janeiro algunos creen que una derrota deportiva sea quizás el disgusto que falta para alterar más los ánimos.

Lo cierto es que la puesta en escena para la Copa del Mundo se ha convertido en un dolor de cabeza no sólo para los organizadores, sino para los propios brasileños. Es que en comparación con las dos últimas ediciones, el valor del Mundial de Brasil 2014 triplica  los gastos de Alemania 2006 y cuadruplica los de Sudáfrica 2010.

Si bien los puntos de conflicto se reparten a largo del país, las 12 sedes del evento mundialista acaparan la atención. La felicidad de organizar el evento más importante del fútbol contrasta con la impotencia generada por la corrupción y los gastos excesivos.

En este sentido, sin dudas la construcción de los estadios fue uno de los mayores inconvenientes que atravesó Brasil para la organización del mundial. El plazo impuesto por la FIFA para diciembre de 2013 como fecha final para la entrega de todos los escenarios estuvo lejos de cumplirse, y en algunos se continuó con las obras incluso horas antes del inicio de la cita mundialista.

Quizás el caso más emblemático es el Arena Corinthians de San Pablo, lugar que fue sede en el partido inaugural entre Brasil y Croacia y en el que murieron siete obreros a lo largo de la construcción. Edificado en un principio para acoger a 48 mil espectadores, la FIFA pidió que su capacidad fuese ampliada hasta 68 mil mediante la instalación de tribunas provisionales. Pero las obras se atrasaron más de la cuenta y el estadio no lució como debía en el debut de la “verdeamarela”, a tal punto que se colocaron lonas en algunos sectores para tapar imperfecciones. 

El panorama es similar en la mayoría de las doce ciudades-sede: obras sin terminar, aeropuertos reformados a medias, la mitad de los estadios sin cobertura wi-fi, escombros y vallas de construcción en los accesos a las canchas.

La situación de los aeropuertos es otro motivo de insatisfacción para el Gobierno brasileño: todos los de las ciudades-sede han sido reformados, pero ninguno ha logrado obtener el certificado FIFA de calidad. El de Manaos presenta problemas de goteras y filtraciones. El de Brasilia sufrió una inundación pocos días después de ser reinaugurado. En los dos de San Pablo el problema no es de acceso, sino de evacuación, y el aeropuerto de Río de Janeiro (que espera la llegada de más medio millón de visitantes), cuya finalización estaba prevista para 2012, sigue en obras.

Asimismo, la inseguridad para los turistas es un tema que también preocupa al gobierno de Dilma Rousseff y es por eso que la mandataria decidió que sean 150 mil los efectivos encargados de garantizar el correcto desarrollo del evento. Una cifra más que contundente.


El mundial y los derechos humanos

Tal como sucede en los países sudamericanos, la riqueza en Brasil está repartida de forma desigual y una cuarta parte de su población vive en la pobreza. Son ellos precisamente los que más sufren las violaciones de derechos humanos vinculadas a esta copa. Los desahucios violan el derecho a una vivienda, los trabajadores de la construcción son explotados y se prohíbe a los vendedores ambulantes realizar su trabajo alrededor de los estadios durante el gran evento.

El caso simbólico es el de Río Janeiro, sede de los próximos Juegos Olímpicos, donde según la Articulación Nacional para la Copa del Mundo, un espacio que coordina a los ciudadanos que se organizan contra los efectos negativos de la Copa y los JJOO 2016 en todo el país, son 250 mil las personas que fueron desalojadas de sus hogares.

Las promesas incumplidas y el post mundial

Brasil fue elegido como sede del Mundial en 2007, en una decisión que el entonces presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, anunció como un futuro "legado de mejoría en las condiciones de vida del pueblo brasileño".

Algunos de los proyectos de servicios que el país planeaba para el Mundial, como el tren de alta velocidad entre San Pablo y Río de Janeiro, se han ido quedando en el camino y, por el momento, no tienen fecha ni plazos previstos de construcción. Además, el valor de las obras de construcción o reforma de los 12 estadios aumentó un 45% respecto a lo previsto en 2010.

Este contexto provocó el fastidio de buena parte de la población, la cual llevó a cabo numerosas protestas en las principales ciudades de Brasil. En las mismas se reclama prioridad en la inversión en servicios públicos al grito de "FIFA go home" (FIFA vete a casa).

Otro asunto que deberá resolver el país es saber qué hacer luego del mundial con aquellos estadios ubicados en ciudades que no presentan tradición futbolística o que no cuentan con equipos de gran convocatoria. Lo que se teme es que ocurra lo mismo que en Sudáfrica, en donde de los diez estadios construidos o ampliados, al menos tres son considerados  como “elefantes blancos”: demasiado grandes para ser utilizados de forma provechosa después del torneo.

El gran negocio de la FIFA

Los países que compiten por organizar el mundial lo hacen con la promesa de crecimiento económico, inversión y nuevos  empleos: Se espera que se creen 700 mil empleos y que el PBI aumente un 0,26%,aproximadamente 4 mil millones de dólares. Estas esperanzas son impulsadas intencionalmente desde la FIFA, y por su presidente Joshepp Blatter; pero la realidad es diferente y el balance de Sudáfrica 2010 así lo demuestra: El costo para el Estado del país africano fue un 1.7% mayor de lo planeado. En lugar del beneficio esperado de casi 600 millones de euros, Sudáfrica sufrió una pérdida de 2.300 millones. La FIFA y sus socios, por el contrario, sacaron más de 2.500 millones de euros. Sin dudas, queda claro quién es el único beneficiado en esta historia. 



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