Dos albañiles llegan para arreglar el baño de un teatro en el que dos músicos se encuentran ensayando. El tiempo se detiene en conversaciones, acciones disparatadas y un trabajo que nunca se realiza. Un juego con el absurdo que asoma. Azulejos Amarillosresulta el intento de una dramaturgia pretenciosa sostenida apenas por chispazos de una buena pluma y actuaciones contundentes.
Dramaturgia y dirección: Ricardo Dubatti / Sebastián Kirszner
Actúan: Augusto Ghirardelli, Daniel Ibarra, Eduardo Lázaro y Dionisio Javier Pastor.
Teatro Camarín de las Musas. Mario Bravo 960.
Localidades: general: $ 80/ jubilados y est. universitarios: $ 60 (presentando acreditación)
Días y Horarios: Jueves 21:00 hs y lunes 14/10 20:30 hs.
El espacio escénico es el baño de un teatro dentro de una sala de teatro, dos músicos están en escena. Hay marquesinas con luces en el fondo de otros espectáculos y de éste también. Hasta aquí, el primer indicio de Azulejos Amarillos: la meta teatralidad. Sebastián Kirszner, director de esta pieza, busca dejar en claro que “estamos dentro del teatro” y lo que allí sucederá es una reflexión sobre si mismo. Sin embargo, el devenir dramático complejiza este espectáculo ¿Cómo abordar una pieza de indefinición estética? pregunta que inmediatamente surge al convertirse Azulejos Amarillos en objeto de análisis crítico.
Las palabras del director pueden ayudar a desentrañar las intenciones de su propia propuesta. Kirszner menciona en un video institucional: “La obra se trata de la historia de dos albañiles que llegan a un teatro, que está en construcción y en él hay dos músicos que están aparentemente ensayando alguna obra. Uno de los trabajadores es una especie de músico frustrado devenido en albañil que se ve, de alguna manera, interpelado por la mirada de los músicos. Ahí se comenzarán a vincular y sucederá la acción principal de la obra. Creo que Azulejos Amarillos habla del deseo, de la vocación frustrada, entre tantas cosas más, pero es lo que en principio podemos dilucidar”.
En efecto, es la historia de dos albañiles que llegan a ese lugar para trabajar y que encuentran inesperadamente a dos músicos sobre los que poco se sabe –quizás ensayan, quizás son parte del teatro- pero la vinculación entre los personajes no es el desencadenante de la acción dramática –aquella principal a la que alude el director ya que, en principio, resulta difícil identificar esa acción totalizadora y resultante de las relaciones entre los personajes-. Los albañiles conversan, recuerdan viejos trabajos, interrogan a los músicos y se someten a una especie de terapia psicoanalítica autogestionada en una relación más bien dialéctica lo cual configura dos tramas paralelas en ese espacio compartido –la historia de los músicos y la de los albañiles- y, cuando los personajes confluyen en un mismo fin, Azulejos Amarillos deviene en otro género, cercano a lo policial. Por ende, de lo romántico de los sueños personales y un tiempo añorado a estos elementos detectivescos, esta pieza espera instalarse dentro del absurdo, una pretensión demasiado ostentosa para un texto dramático de una estructura narrativa un tanto confusa ya que se apoya en la falsa concepción de que el absurdo no se apoya en ésta.
Azulejos Amarillos ¿por qué no pensar que allí está la clave de la obra? Pero la anécdota que da nombre al espectáculo se desenvuelve casi hacia el final sin llegar a convertirse en fundamental. Ahora bien, si la estructura dramática presenta sus inconvenientes, si la puesta en escena deviene en personajes inconexos y si fluctúan los géneros dramáticos, la pregunta sigue siendo ¿cómo abordar esta propuesta? Aparece aquí otro elemento, lo musical. La sonoridad y ritmo que presenta el espectáculo. Los actores se desplazan por el escenario de manera coreográfica en pos de lograr movimientos milimétricamente creados y reiterados producen un ritmo propio a semejable al del absurdo. Una acción repetida siempre de igual manera produce entonces humor. Los actores logran los momentos de mayor diversión gracias a sus posibilidades expresivas:movimientos en cámara lenta y en retroceso, como una cinta de filmación que se rebobina, sonoridades corpóreas y una gestualidad que con mínimas expresiones resulta sumamente cómicas. Así, el registro actoral resulta el acierto del espectáculo aunque a veces las marcaciones del director aparecen resultando por momentos marionetas a las que se les ven los hilos que las mueven.
Azulejos Amarillos ¿por qué no pensar que allí está la clave de la obra? Pero la anécdota que da nombre al espectáculo se desenvuelve casi hacia el final sin llegar a convertirse en fundamental. Ahora bien, si la estructura dramática presenta sus inconvenientes, si la puesta en escena deviene en personajes inconexos y si fluctúan los géneros dramáticos, la pregunta sigue siendo ¿cómo abordar esta propuesta? Aparece aquí otro elemento, lo musical. La sonoridad y ritmo que presenta el espectáculo. Los actores se desplazan por el escenario de manera coreográfica en pos de lograr movimientos milimétricamente creados y reiterados producen un ritmo propio a semejable al del absurdo. Una acción repetida siempre de igual manera produce entonces humor. Los actores logran los momentos de mayor diversión gracias a sus posibilidades expresivas:movimientos en cámara lenta y en retroceso, como una cinta de filmación que se rebobina, sonoridades corpóreas y una gestualidad que con mínimas expresiones resulta sumamente cómicas. Así, el registro actoral resulta el acierto del espectáculo aunque a veces las marcaciones del director aparecen resultando por momentos marionetas a las que se les ven los hilos que las mueven.
Azulejos Amarillos resulta el intento de una dramaturgia diferente por parte de Ricardo Dubatti, autor de la obra. Una búsqueda de confluir estilos narrativos, géneros e inscribirle a ello la acción necesaria para que exista el teatro. Como parte de un proceso creativo de escritura, la obra cuenta con ciertos diálogos y construcciones poéticas que podrían salvaguardarse y ser estímulo para una nueva propuesta sin pretender abarcar tanto como es posible y construir un universo mínimo de historias mucho más contenedor de la trama. Dubatti deja entrever esto en este fragmento de nota concedida a Saquen una pluma.
“Vinieron a mi mente Nietzsche y Mallarmé, y también Robert Fripp, legendario guitarrista de King Crimson. Fripp decía algo como (palabras más, palabras menos) “las canciones ya están flotando en el aire; uno simplemente las escucha y las hace bajar a sus manos”. Ahí surgió el eje que faltaba: mis ansias de crear sin tener muy en claro lo que estaba haciendo realmente. Y surgieron los poemas y los azulejos como ejes del deseo. El poema del bidet ya estaba escrito hace mucho y cuando se lo leí a un amigo para usarlo como letra para una canción, él contestó: “es el mejor poema acerca de mear que jamás leí”. Ahí volvió Beckett. No obstante, no fui conciente de casi nada de todo esto hasta que un día mi viejo me llevó a ver El perro pequinés, dirigida por Alfredo Arias. Ahí conocí al fantástico dramaturgo uruguayo Carlos Manuel Varela, con quien charlamos de nuestro fanatismo por Beckett, Ionesco y Nietzsche y le conté del poema del bidet”. R. Dubatti
Demasiados elementos en juego como para que la pieza funcione bien -no porque las fuentes de inspiración no pueden ser múltiples, de hecho siempre lo son incluso inconscientemente, sino porque en la escritura algo siempre queda afuera-. Intentos desmedidos de poner -como dice el proverbio popular- “toda la carne al asador”, condición de existencia de esta propuesta que con algunos destellos de una buena pluma y de actuaciones contundentes no convence porque “el que mucho abarca, poco aprieta”, como dice otro refrán.