Los cuerpos del verano es la primera novela de Martìn Felipe Castagnet. En ella se evoca un avance tecnológico donde, a pesar de las ingeniosas marcas de la ciencia ficción, la cuestión más interesante es la que remite a lo cultural. ¿Qué pasa cuando se puede vivir eternamente, cambiar de cuerpo, de sexo, de volumen? ¿Cómo se modificaría nuestra subjetividad si lo sexual adquiriese otra dimensión potenciada por una transformación infinita y selectiva? ¿Hasta dónde nos permitimos imaginar el nuevo horizonte tecnológico? En una extensa entrevista con Alrededores, Castagnet amplía su novela, al menos en estas líneas.
Por Luciano Sáliche || @LucianoSaliche || 02-06-2014
Si con la inseminación artificial ya no hace falta tener relaciones sexuales para procrear -es decir, decidir cuándo dar vida-, en Los cuerpos del verano se da el otro extremo: decidir cuándo quitarla. O mejor aún, no morir nunca. Así, los cuerpos se comercian y la conciencia, luego de permanecer un lapso en estado de flotación, vuelve a habitar un nuevo organismo. Una suerte de reencarnación pero continuada y selectiva.
Martín Felipe Castagnet es, sin dudas, uno de los escritores más interesantes que han irrumpido en la escena literaria. En su mundo los debates filosóficos de la vida y la muerte, los tabúes históricos y las relaciones interpersonales se resignifican. “Cualquiera podría pensar que vivir más de 100 años debería ayudar al fortalecimiento de la personalidad pero no”. Una novela que hable del futuro siempre lleva consigo las marcas del presente y su horizonte de escandalización está ligado a la polémica actual. Los cuerpos del verano lo asume y plantea un mundo distópico donde cambió todo pero si se observa bien, en el fondo, no cambió nada.
¿Cuál es la función de la literatura, si es que la tiene?
No creo que la literatura deba tener una función definida. Yo no creo que en la literatura comprometida. No creo en la literatura como un objeto revolucionario que tiene que estar a favor del cambio y la justicia social. Mucha de la mejor literatura que se ha escrito ha sido la fascista, eso no significa que yo lo sea. Pero hay algo de escribir de forma fascista que puede incomodarte que es muy difícil que lo haga un autor políticamente correcto. Justo estaba leyendo un libro que se llama Hitler victorioso [de Gregory Benford y Martin H. Greenberg] que trabaja mucho con el concepto de ucronía -historias alternativas, qué pasaría si los nazis hubieran ganado la guerra- y a la hora de escribir el prólogo la pregunta es: ¿por qué escribir eso sin estar defendiendo el nazismo? Como a nadie lúcido se le ocurriría defender al nazismo de una forma que no sea irónica abre las puertas para crear cosas increíbles. Hay muchas ucronías sobre el nazismo pero como distopía porque es un mundo controlado, nunca cosas positivas, siempre al borde de la destrucción, con la civilización destrozada; este libro se propone lo contrario, un nazismo felizmente existoso. Entonces la función de la literatura no puede ser social, no puede estar ligada a lo políticamente correcto sino que tiene que estar más ligada a lo tabú. Si tengo que pensar una función es la de incomodar, ofrecer una nueva perspectiva de ver las cosas. Pero suena grandilocuente porque es para mí como escritor. Si me tengo que pensar en lector la literatura que me interesa es la que crea mundos. ¿Hay algo más hermoso que la posibilidad de entrar en un mundo que no es este?
Desde hace unos años existe una producción abundante de contenido literario donde prima el yo autoreferencial y un costumbrismo intrascendente. Una suerte de fenómeno época de la narración, empapado de la escritura de blog. Algo así como los restos de Fabián Casas. No sólo en la nouvelle sino también en la poesía. ¿Cómo evaluás este fenómeno? Y más amplio aún, ¿cómo ves a la escena literaria actual?
Yo soy narrador, no soy poeta. Pongo mis armas en la narración. A mí me gusta mucho Fabián Casas. Pero hay algo que sucedió que a mediados de los 80, cuando nace esta generación de escritores jóvenes de hoy, empiezan a publicar muchos autores que trabajan esta referencialidad, la escritura del yo. Por decir un solo caso: Paul Auster. Me da la impresión que hay muchos autores que al pensar la literatura, ven estos autores de referencia y dicen “esto es lo que yo tengo que escribir”. Y no intentan romper con eso sino que imitan lo que ya se ha escrito. Yo no tengo ningún problema con la imitación, de hecho todos los escritores empezamos imitando pero precisamente eso tiene que ver con las primeras obras. Las que a mi entender no hay que publicar. Puede venir alguien y decirme “pero Una noche con Sabrina Love de Pedro Mairal ¿no es genial?”. Yo le digo sí pero esa persona ¿puede jurar que esa novela que la publicó a los 28 años era su primera y no hubo otras? Bajo este sol tremendo de [Carlos] Busqued, ¿era su primera novela? Entonces esos autores se fijan qué es lo que se considera literario en la época que ellos crecieron y en esta época, claramente, es escribir sobre uno mismo. Entonces ahora abundan muchísimas novelas sobre el propio autor más o menos ficcionalizado, sobre escritores, narraciones metaliterarias que ya están gastadas. Viene [Mario] Levrero y escribe La novela luminosa y bueno, ahí termina. Dejen de escribir imitaciones de La novela luminosa, dejen de escribir imitaciones de Auster. Ese es el camino fácil, es decir “qué escriben nuestros modelos y escribo yo” sobre todo en esta época con los blogs, con los diarios íntimos -que ya no son íntimos- hay que dejarlos de lado o al menos darle una vuelta. ¿Qué sentido tiene escribir algo que ya escribió Paul Auster hace 25 años? ¿Escribirlo en castellano? ¿Escribirlo en Buenos Aires? Eso a mí no me alcanza. Ofreceme algo nuevo.
A mí me pasó con mi primera novela. Yo también caí en ésto. En mi primera novela ya había escritores que estaban escribiendo. Y creo que hice bien en nunca publicarla, en dejarla en el cajón. Cada vez que tengo la oportunidad lo digo: Los cuerpos del verano no es mi primera novela, es mi primera novela publicada. Para no seguir esta idea de “yo ya tengo una novela, ahora publico”. Cuando uno va a correr una maratón primero la corrió diez veces, veinte veces en el parque que queda a tres cuadras de tu casa. En un momento yo me propuse escribir por fuera de esta novela del yo, del diario. Hay tantas, tantas cosas para escribir que no tiene sentido volver a escribir lo mismo.
En esa proliferación de historias del diario íntimo, sucede que muchísimas vidas no resultan a priori realmente interesantes para ser narradas. ¿Cómo evaluás el fenómeno en términos de forma y contenido?
Hay muchas vidas que son interesantes de contar precisamente por el contenido. Por ejemplo, el libro de Mauro Libertella sobre el padre [el escritor Héctor Libertella fallecido en 2006], Mi libro enterrado. Ahí ya hay algo en el contenido que vale la pena de ser contado. Yo no sé si el libro sería leído de la misma manera si Mauro no fuera hijo de Libertella. No quiero decir que el libro no podría ser bueno sin este detalle. Lo que digo es que a la hora de escribirlo, no de leerlo, hay algo interesante para ser contado. Y hay otras novelas que tienen que ver con la forma en que está contada. Y es cierto, hay gente que lo logra: uno lee una historia de siempre pero que está contada de una manera que es nueva. El problema es que hay muchos escritores que no ofrecen ni una cosa ni la otra. O que, precisamente, no tienen nada de contenido para ofrecer; entonces el estilo termina siendo barroco, embarullado, casi para compensar. En realidad siempre hay estilo porque el minimalismo es estilo pero me refiero a estos estilos ligados a la creación de una forma particular barroca, excesivamente trabajada. Personalmente los que más me gustan que hacen eso son las historias donde hay otra cosa que están ofreciendo y no sólo el estilo. Por poner un ejemplo: Precipitaciones aisladas de Sebastián Martínez Daniell. Hay una búsqueda del estilo muy notable pero para mí funciona precisamente porque tiene algo para contar. Una narración que trabaje demasiado el estilo pero que sea una historia que ya hayamos leído mil veces, en lo personal, ya no me aporta nada.
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El tema que subyace de fondo en tu novela es la corporeidad, Internet y las fronteras entre lo real y lo virtual desdibujadas. Entonces, ¿hasta qué punto somos nuestro cuerpo?
Internet tiene una materialidad muy específica que la virtualidad tiende a obviar. Como está dentro de una pantalla y se transmite por el aire -wifi- pareciera ser que esa virtualidad es una virtualidad completa. Internet depende de una materialidad muy concisa y no conocida usualmente. Internet se transmite entre países por claves submarinos. En Argentina está en Las Toninas. Yo de casualidad veraneaba ahí y ya desde entonces estaba relacionado con Internet. ¿Y a quién se le ocurre que todo el internet que llega a la Argentina lo hace a través de único cable en Las Toninas, un pueblo perdido con un nombre ridículo? Entonces destacar la materialidad de la virtualidad es mi programa, por lo menos en esta novela y quizás en un par más. En una novela donde ya no hay necesidad de cuerpos el tema principal es el cuerpo. ¿Dónde está el cuerpo? ¿Cómo se usa? A mí me gusta trabajar esa disyuntiva. En realidad toda esa virtualidad está centrada en un cuerpo que nosotros no vemos y que se tiende a invisibilizar. Ese es uno de los conceptos que más me interesan: las cosas invisibles que sufren un cambio. Una de las cosas que planteo en la novela es el tema del ego, del yo, que no es algo que precisamente podamos ver, lo que vemos son los cuerpos. Decimos que acá hay un ego porque vemos siempre las mismas caras y asumimos que es siempre la misma persona. Y no funciona exactamente así. No es que lo diga yo, hay muchas cosmovisiones como la budista y también desde el lado de la ciencia. Estaba leyendo un oncólogo italiano [Umberto Veronesi] que escribió un libro llamado Longevidad que dice que como todas nuestras células cambian cada dos años en realidad no se puede decir que seamos la misma persona dos años después; ya todo cambió. ¿Qué es lo que permanece? ¿qué es lo que no permanece? Bueno para mí ahí están las preguntas de nuestro siglo. Acá la pregunta es: en este siglo de virtualidad donde todo está flotando en el aire, ¿dónde ponemos el yo, internet, el amor, cuestiones que no podemos ver pero damos por hecho? O al revés, que precisamente porque hay un cuerpo, hay una materialidad y damos por supuesto que entonces existe otra cosa.
¿Creés que tu novela es específica de esta época o pensás que se podría haber escrito muchos años antes?
Sí, creo que podría haber sido escrito fuera de esta época. En realidad ya fue escrita. Hay un caso que leí después escribir esta novela y es Ubik de Philip Dick. Por supuesto, estamos hablando de Philip Dick porque si Nietzsche entendió el siglo XX desde el XIX, Philip Dick entendió el siglo XXI desde el XX. Por supuesto, no es la misma virtualidad la de los 60 que la de ahora. Sí, en realidad la novela ya se escribió parcialmente hace ya tiempo. Nadie inventa nada. Pero lo que aporta escribirla en esta época es leerla en esta época porque la novela con todas sus cuestiones acerca del cuerpo y la identidad, cuenta una historia entretenida y se la puede leer desde nuestra forma de vincularnos con internet. Por ejemplo el tema de los nombres: en esta época casi todos tenemos un nombre de usuario. Entonces esa posibilidad que tenemos, la forma en que construimos identidades en internet, no es algo que estuviera antes. Entonces en los 60 no se hubiera leído de la misma manera. Se lo hubiera leído, quizás, desde el movimiento hippie donde el nombre que le ponían a los hijos era, por ejemplo, Leopardo. Yo conocí un Leopardo. Sería una manera de estar en contra del status quo: “si todas las mujeres se llaman María yo a mi hija le voy a poner Tormenta”. Yo, por el contrario , dentro de la novela los nombres son parte del status quo.
La forma que toma el amor en tu novela no es totalizadora en el sentido de que los vínculos amorosos no se tornan idealizados. Y en un pasaje se lee: “Con paciencia, una única persona podría construir una pirámide; con perseverancia, otra única persona podría derribarla. Supongo que eso también es el amor.” ¿Cómo pensás esta cuestión?
Creo que nosotros seguimos perseguidos por el fantasma del amor. Justo [Michel] Houellebecq dijo en una entrevista para la Paris Review que él escribe sobre el amor de la misma manera que [Fiodor] Dostoievski escribía sobre Dios: creyendo completamente y al mismo tiempo negándolo del todo. Uno desde afuera no puede decir que Dostoievski cree o no en Dios porque hay personajes que están muy por dentro de eso y otros muy por fuera. Con esa misma manera que Dostoievski cuestionaba a Dios, Houellebecq lo hace con el amor. Y eso a mí me iluminó porque creo que somos una generación que sabe que el amor no puede existir pero que todavía cree. Yo en lo personal he estado enamorado pero ideológicamente mi raciocinio humano me indica que el amor no puede existir. Es probable que dentro de 50 años o un siglo ya no se crea en el amor. No hablo de las pasiones, hablo del amor como esa fuerza que aparece en nuestra vida y nos marca para siempre y no como una serie de diversas y sucesivas relaciones con otra persona que un día ama y otro día no ama. Mi novela todavía sigue ahí porque es una novela que no puede prescindir del amor. El protagonista vivió hace mucho tiempo y vuelve a la nueva época con un nuevo cuerpo después de haber estado sin cuerpo. Y uno de los objetivos que yo me propuse para ese personaje es que en muchos aspectos siga pensando como antes. Por ejemplo, el primer cuerpo que tiene cuando vuelve es de mujer y a mí me hubiese encantado que él pudiera sentirse cómodo en ese cuerpo nuevo. Pero no puede porque viene de una época donde varón y mujer eran cosas muy separadas. Además es el lugar donde el lector se apoya para identificarse. Yo me doy cuenta que es un concepto anticuado: que el protagonista siga enamorado de su ex mujer que murió hace 100 años es una muestra más de esos cadáveres que él tiene que cargar. Y hablo de cadáveres en el sentido ideológico, como ideas viejas, prejuicios, concepciones del mundo que ya no existen. Creo que en ese sentido nosotros estamos en el medio. Y es posible que el amor se reemplace por otra cosa que logre asumir mejor no sólo las cosas buenas –esa obsesión por el otro, las ganas de compartir una vida entera, darle todo- sino también las malas – lastimar más a la persona que te quiere que a la que no te quiere-. Quizás en una nueva concepción sea posible superar esas cuestiones que en el amor entran en contradicción. La pregunta podría ser: ¿es el amor algo prehistórico en la novela? Puede ser. Creo que nosotros estamos en el borde. Quizás podríamos construir algo mejor que el amor, no nosotros, sino generaciones futuras.
SI bien la novela juega con la posibilidad artificial de decidir sobre la vida y la muerte, el misterio después de la muerte sigue ahí.¿Por qué tomaste esa decisión?
Tomé una decisión cuando construí este mundo y fue la de que los personajes tengan que morir para acceder a esta tecnología. No se puede saltar eso. Y eso está en un sólo párrafo pero para mí es muy importante donde lo dice. A la hora de morirse hay algo que no se puede asumir del todo. Se lo puede manipular pero no se lo puede entender plenamente. Y creo que lo que está reflejando es, no las dudas de ese tiempo sino las de este. ¿Cuántas veces pasa que una persona está muerta clínicamente y logra revivir a los cinco minutos? Está muerta. No tiene signos vitales. Y se la resucita –usan esa palabra, resucitarla- y clínicamente se dice que estuve muerto. Cuando murió Kirchner salió que los médicos estuvieron 40 minutos intentando revivirlo. Pongamos que lograron hacerlo porque en muchos casos lo logran. ¿Qué sucede en esos minutos? ¿Qué estatuto tiene? ¿Está vivo o está muerto? No hay término medio en ese sentido. Si decimos que está muerto porque no tiene signos vitales, ¿qué es la muerte? Mi desafío fue tratar de escribir una novela donde, manteniendo eso, pueda existir otra vida. Y ahí es donde entra la ciencia ficción. Yo estoy seguro en mis creencias de que en un momento se apaga nuestra conciencia, deja de existir como tal y el cuerpo se pudre. Y no hay nada más que eso. Pero precisamente en esta tarea que tiene la literatura de crear mundos nuevos, ¿cómo crear un mundo donde eso sea cierto y aun así se pueda continuar? Al final de la misma manera en que no siendo fascista uno puede escribir textos fascistas, yo sin creer en el alma escribo sobre el alma. Para mí las mejores novelas son las que permiten muchas lecturas simultáneas por cada lector. En ese sentido, creo que lo logra porque ni yo mismo logro resolver una cosa o la otra.
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El modo en que Rama, el personaje principal, se inserta en la nueva época es a partir de su nuevo oficio, el de arqueólogo cibernético. Su empleador en un momento le dice: “En lo que se hace desaparecer está la clave de la humanidad.” ¿Cómo entendés a la hiperproducción de chatarra,esta segunda pata de la ambivalencia tecnológica que no es la positiva, la de las mejoras en la calidad de vida?
Es una ambivalencia interesante porque como vivimos en un mundo físico y toda esta tecnología, virtual o no, tiene soportes físicos estamos llenando el mundo de chatarra. De hecho el espacio está lleno de chatarra espacial. Yo creo en la ciencia y creo que esas son consecuencias necesarias del avance. Creo en la ciencia pero no necesariamente en el progreso. Se va y se viene. Una civilización anterior no fue mejor o peor que nosotros. Y la ciencia expresa la curiosidad porque no hay nada más curioso que un científico auténtico. Y la curiosidad es, quizás, lo mejor que tiene el ser humano. Evidentemente, estamos llenando el mundo de chatarra. Nosotros también somos chatarras. El ser humano es chatarra animal. Son consecuencias que algún día vamos a pagar pero bueno, quizás, logramos crear nuevas industrias que logren trabajar esa chatarra, el tema del desperdicio. Y no desde un punto de vista ecológico sino utilitario. Yo creo que en la chatarra hay mucha belleza. Y la belleza no tiene un punto de vista utilitarista. La chatarra son cosas que tienen historia, por lo tanto tienen una belleza, no occidental ligado a lo novedoso, sino desde el punto de vista oriental que tiene que ver con la imperfección y la impermanencia. Y creo que la tecnología se está aproximando cada vez más al arte. Las viejas tecnologías tienen algo de artístico ahora que ya no tienen función. Por ejemplo el VHS, hay un tema de nostalgia pero también hay otra cosa. El concepto de arte viene de la technégriega donde es arte y técnica, no hay una diferencia. En El Eternauta cuando muere uno de los extraterrestres invasores, ve una tetera y la ve como una pieza de arte. ¿Cuál es la diferencia entre una licuadora y un jarrón de la dinastía Ming? Nada, el contexto, el tiempo. Por eso creo que la chatarra tiene mucho para decirnos. Creo que hay una historia en la chatarra, en las cosas de las que no deshacemos.
Hace un tiempo salió una nota tuya en Clarín sobre el mundo nerd y la idea de transformarse. ¿Por qué creés que atrae tanto la posibilidad de ser otro? ¿Creés que se da en toda la sociedad?
Vivimos en una sociedad occidental donde afirmamos que hay un yo que permanece y que nos morimos y seguimos siendo ese yo aunque sea un fantasmita flotando en un lugar del éter. Nos dan un nombre –a diferencia de otras sociedad que el nombre lo elegís vos cuando llegás a la maduración sexual y se descarta el que tuviste antes-, lo ponen en un registro y nos obligan a llevarlo toda la vida. Tenemos aviones que van a cualquier parte del mundo. ¿Cuánto es lo máximo que se puede tardar? ¿25 horas? ¿Y cuántos de nosotros vamos a cualquier parte del mundo? ¿Por qué? Porque tenemos este lenguaje, esta nación, este nombre, este entorno y no salimos de eso. Por eso te hablaba de la creación de mundos porque tiene que ver con transformarse al menos mientras estás leyendo Juego de Tronos. Pero fuera de la literatura yo no sé cuánto nos transformamos. Incluso desde las concepciones psicoanalíticas, ¿cuántas veces escuchamos que los traumas de los primeros tres años conforman nuestra psiquis? No hay precisamente la idea de transformación. Las transformaciones son muy acotadas. Podés transformarte de ser un estudiante secundario a un universitario, de padre a hijo. O en la sexualidad: si siempre te vestiste con pantalones largos lo deberás hacer siempre. Y esos son códigos arbitrarios que sería tan fácil cambiarlos. Simplemente hay que viajar y no lo hacemos. No creo que haya tantas transformaciones. Incluso si existe el yo y somos uno, ¿cuántas veces nos transformamos? Socialmente está aceptado que la gran transformación está en la adolescencia donde se forman nuestros gustos y elegimos una vocación y lo somos para toda la vida. Por ejemplo los jugadores de fútbol, ¿a qué edad terminás tu carrera? A los 35 años o si sos arquero 40. ¿Y qué hacés los otros 50 años de tu vida? Sos exfutbolista. O sos director técnico, ese cargo que no se necesita demasiado y se creó para ordenar un poco el vestuario y darle una fuente de trabajo a los ex futbolistas. La idea de transformación no está aceptada en la sociedad. Por eso me parece que la literatura es el lugar perfecto para ejecutar esas transformaciones.
En ese artículo hablás de Ranma ½, un dibujo animado donde el personaje se transformaba en mujer cada vez que entraba en contacto con agua fría. Y en tu novela hay una situación muy polémica donde se plantea que una pareja heterosexual intercambia sus cuerpos y experimenta su amor sexual de otra forma. ¿Cómo se da esta construcción de lo sexual?
Eso es ciencia ficción, pero ¿podría pasar? ¡Claro que podría pasar! No con un cambio de cuerpo literal pero que el varón tome el rol femenino y la mujer el masculino. Puede ser de cuestiones básicas como que la mujer que vaya a trabajar y use traje o el hombre se quede siendo amo de casa y empiece a usar maquillaje. Lo que hace la novela es volverlo literal: un cambio de cuerpo total. Pero bien podría ser exactamente lo mismo a partir de procedimientos que tienen que ver con lo cultural. Y al ser cultural es arbitrario. Hace poco leí que los tacos altos los empezaron a usar en la corte francesa, eran puramente masculinos: Y las mujeres los empezaron a usar para parecer más masculinas. ¿Cuántos cosas de esas nosotros tenemos y no lo sabemos? Crecemos y nos dicen “los tacos son femeninos”. En realidad a mí me parece bien que los varones no usen tacos porque son extremadamente dolorosos por lo que me dicen mis amigas que usan y tienen que caminar mucho, Pero, ¿por qué no? ¿Por qué siempre tenemos que estar de la misma manera?
En La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares una suerte de máquina logra reproducir hasta la eternidad la vida. Y a diferencia de lo que hace el personaje de esa novela que decide introducirse en ese mundo, en Los cuerpos del verano, Adela de quién está enamorado el personaje principal, decide no hacerlo, decide morir. Entonces aparece la decisión de no pertenecer, de no sumarse al avance tecnológico que mejora la calidad de vida. ¿Por qué?
A mí lo que me resulta como recurso más potable y enriquecedor en una novela donde la gente puede no morir es la gente que decide morir. Precisamente, lo que hace es resignificarlo. Porque en esta época sí decidimos morir de muerte natural, por ejemplo no suicidándonos. Por ejemplo, que estén todas las leyes para que uno esté obligado a ir hospitales, que se intente curar. Si sabés que un familiar está enfermo lo tenés que llevar. Hay cuestiones de abandono de persona. A partir del cambio del Código Penal aparecen muchos cambios positivos respecto a si se debe seguir cuidando a las personas moribundas, extendiendo la vida, entre comillas, de modos artificiales. Las personas que deciden morir de vieja sí lo deciden pero es una decisión tan innata, tan asimilada con la forma de vivir que tenemos –hay que vivir todo lo que podamos- entonces cuando llega ese día no se ve como una decisión sino como que el cuerpo falló. Pero en realidad hubo una decisión todos los días de no matarse aunque esté en el cerebro de la especie la autopreservación. Entonces escribir sobre gente que sí decide morir en un mundo donde no se puede morir precisamente lo que hace es rescatar esas decisiones que tomamos todos los días. Me parece que ahí está una de las mayores riquezas de la novela, en el personaje que decide morir. ¿Vale la pena vivir la vida de forma eterna? ¿Cuánto tenemos que vivir? Yo la verdad, no sé, por eso me parece interesante que haya personas que decidan morir, que digan “bueno, hasta acá llegué, no necesito más”. Tienen mi respeto.