Entre los actores siempre se habla del subtexto, de aquel que los personajes no dicen. Muchas veces las historias en escena se cuentan en los silencios, no en las palabras y quizás, esa sea una de las razones por las que el teatro resulta mágico. La noche del Ángel, es uno de esos espectáculos que sabe aprovechar los silencios para contar más.
La noche del Ángel
Dramaturgia: Furio Bordon
Traducción, adaptación y dirección: Federico Luppi
Actúan: Federico Luppi, Susana Hornos, Nehuen Zapata
Funciones: Domingos 18:30 hs y lunes 21 hs.
Teatro Picadero | Pasaje Discépolo 1857 | Buenos Aires
Localidades: $100 y $120
El actor Federico Luppi y la actriz española Susana Hornos en el papel de padre e hija se encuentran una noche después de cierto tiempo sin verse. La charla fluctúa entre un amor exacerbado de la hija por su padre quien es un famoso actor, “una estrella” –como él mismo gusta nombrarse-, y el odio que los recuerdos de la infancia le producen. Pero el entramado de la historia es mucho más complejo y oscuro al punto que es necesaria la intromisión de un tercer personaje para dilucidar la verdadera relación paternal. Se trata de un joven paciente de la hija, de profesión psicóloga ella, que trata desesperadamente de ayudarlo en recomponer su situación familiar y, en cierta medida, recomponer la suya aunque resulte complicado, casi imposible. El argumento, además de sustentarse en las sólidas interpretaciones de los actores -incluso la de Nehuen Zapata, el joven paciente-,la obra cuenta con la solvencia de ciertas anécdotas tan bien contadas que la potencian. De esta manera, los espectadores se conmueven al escuchar la historia del beso incestuoso que recibió el padre de su propia madre o las sucesivas internaciones por afecciones inventadas que el joven tenia en su infancia mientras sus padres vacacionaban.
Más allá del argumento, el texto dramático contiene un plus: su lectura meta-teatral. Luppi, que es actor y hace de actor, evoca a grandes personajes del teatro universal como Ricardo III (su “memorable actuación”). Además de Shakespeare, aparece Chejov con su Tío Vania y así, los personajes dialogan sobre el teatro y sus formas. A su vez, el psicoanálisis está presente. Ana (la hija) evoca a Freud y discute con su padre al respecto. Pero, además, reproduce la misma lógica freudiana: su complejo de Edipo está ahí sin resolver o, por lo menos, en intento de resolución.
En sus múltiples roles, Luppi, ya habiéndose encargado de la traducción y adaptación del texto del dramaturgo italiano, Furio Burdon y protagonizando la obra, le resta –nada más y nada menos- que la dirección del espectáculo. Si bien, los multifacéticos directores/actores suelen no conseguir los mejores resultados cuando acaparan las tareas, el oficio de este actor posibilita salir de ese embrollo sin complicaciones. De esta manera, la puesta en escena resulta acorde con las necesidades estéticas del texto dramático: el comedor de una casa, que también es el consultorio de la psicóloga y que logran cierta neutralidad. Los personajes hacen propio el espacio de acuerdo a la atmósfera que crea cada escena, incluso en los momentos que rompen con la cuarta pared y someten al público a una complicidad de la que no quisieran nunca formar parte, básicamente, porque lo que se cuenta es difícil de digerir. Aquí radica el punto final y el más acertado: lograr que los espectadores se conmuevan, se vean afectados. Si esto es posible, el espectáculo funciona.