El fútbol como la superficie de emergencia de una compleja y sofisticada red de negocios, legales e ilegales inextricablemente unidos, entre varios elementos: política interna de los clubes, dispositivo policial y sistema político nacional. La faccionalización extrema del fútbol argentino y su consiguiente violencia exacerbada, todo queda encubierto por los luminosos fuegos de artificio del discurso sobre la argentinidad.
Por Luis García Fanlo || @luisfanlo* || 23-04-2014
Hace un año que el fútbol argentino prohibió que los hinchas y espectadores del equipo visitante puedan entrar en los estadios y el resultado fue que la violencia adoptó nuevas formas y modulaciones exacerbando las disputas al interior de las “barras bravas”, entre éstos y los dirigentes (o alguna facción), e incluso contra los jugadores y entre los jugadores del mismo. De la violencia no se salvan ni los DT. En ese contexto estallaron múltiples guerras civiles dentro de los clubes que no hacen diferencia entre clubes ricos y pobres, grandes y chicos, con hinchadas multitudinarias o de solo unas decenas de simpatizantes, de la “A” o de cualquier otra categoría del ascenso. Para colmo tampoco desaparecieron los enfrentamientos entre barras bravas de distintos clubes ya que la violencia simplemente se trasladó al exterior de los estadios, asolando los barrios aledaños y aprovechando la periferia del dispositivo policial asignado, aunque no faltan los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad cada vez más virulentos. En suma, el problema se agravó en lugar de resolverse.
Y es lógico que el problema no se resuelva porque nadie con poder quiere que se resuelva no tanto porque sean “violentos por naturaleza” sino porque el fútbol desde hace mucho tiempo atrás se ha convertido en la superficie de emergencia de una compleja y sofisticada red de negocios, legales e ilegales inextricablemente unidos, que se sustentan en un entramado que asocia la política interna de los clubes (dirigentes, socios, barras, jugadores, relaciones club-AFA, etc.) con el dispositivo policial (horas extras, adicionales, trabajos extras, etc.) y el sistema político (partidos políticos, sindicatos, gobierno, etc.). Todo ello en un contexto de extrema crisis económico-financiera de los clubes que el Futbol para Todos no sólo no resolvió sino que agudizó.
Porque lo único que hay para repartir es lo que aporta el Estado y cada vez hay más entre quienes repartirlo: la faccionalización extrema del fútbol argentino es el reverso de la fundación de Hinchadas Unidas Argentinas, un engendro del gobierno que se salió de control y que opera como fuerza de tareas al mejor postor. Las idas y venidas judiciales sobre si se van a informar o no los antecedentes penales de los barras que pretenden viajar al Mundial de Brasil y desde luego, los tira y afloja sobre quienes serán los que financiarán ese viaje son un episodio repetido y remanido que queda encubierto en los discursos sobre la argentinidad.
Mientras tanto la publicidad oficial del Futbol para Todos nos dice que el fútbol no es un juego porque es la pasión más seria de los argentinos. Cartón lleno. El cóctel entre la cultura del aguante más cultura de la pasión, del elogio del energúmeno del para-avalanchas a la publicidad de la cerveza más argentina, el continuo martilleo de los medios sobre el honor argentino y el destino de grandeza que nos espera si le ganamos a los brasileros el mundial en Brasil, son en realidad fuegos de artificio que encubren el lugar que el fútbol ocupa como fusible de una sociedad argentina cada vez más explícitamente violenta, corrupta y desigual.
El futbol no es una entelequia que existe por fuera de la sociedad y tampoco es su esencia ni mucho menos su reflejo. El fútbol es un complejo régimen de prácticas del que los llamados barras bravas constituyen solo un engranaje más y ni siquiera el más importante. Los argentinos somos el futbol en la misma medida en que somos la escuela, la cárcel, la policía, el Estado, el hospital, los medios de comunicación y la familia en tanto funcionan como organizadores de la vida social, política, cultural, ideológica y económica de nuestra sociedad. El fútbol es un pliegue de la sociedad, solo uno de tantos otros pliegues en los que se arruga nuestra realidad.
Si el fútbol es una de las más serias pasiones argentinas entonces hay que desactivarlo porque esa pasión mata, corrompe, y opera como un poderoso factor de faccionalización social. Desactivarlo implica, más allá de cualquier medida judicial, legal, política o dirigencial, disociar el futbol de la argentinidad y deshacer la red de poder que sistema al fútbol desde afuera del fútbol aunque lleve décadas hacerlo así como llevó décadas convertirlo en lo que es hoy.
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* Luis García Fanlo es Doctor en Ciencias Sociales y Sociólogo por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es Profesor Adjunto de Historia Social Argentina y Sociología de la argentinidad de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) e Investigador del Instituto Gino Germani (IIGG-UBA). Es Profesor del Doctorado en Ciencias Sociales (UBA) y de la Maestría en Estudios Culturales de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Ha publicado el libro Genealogía de la argentinidad (Buenos Aires, Gran Aldea Editores, 2010). Es miembro de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual (ASAECA) y de la Red de Estudios Latinoamericanos en Vigilancia, Tecnología y Sociedad (LAVITS).