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El sexo se escribe violento

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La sexualidad está instaurada dentro de la literatura como un enlace de deseo capaz de llevar la imaginación a lugares irreales. El tabú que hay en torno a esta temática deja al descubierto la posibilidad de la provocación según el encuadre moral que la sociedad construya en la especificidad de la época. ¿Cuál es la forma que encuentra la literatura para generar un dilema moral, ético y estético en el lector?Sexo literario anti-moralistas en Francisco Umbral, Michel Houellebecq, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Jorge Consiglio, Néstor Perlongher y Martín Gambarotta.

Por Luciano Sáliche | @LucianoSaliche | 19-02-2014

Por romper las reglas a Adán lo echaron del paraíso.
Yo reivindico eso.
¿Que clase de edén es ese
que hay cosas que no se pueden hacer?
(Vicente Luy)

I
Francisco Umbral escribió en 1970 sobre la estrambótica e hipersexual noche madrileña. El Giocondo, personaje central y nombre de la novela, está presente en todos lados como un cronista voyeurista que observa cómo la sexualidad se expande, se subvierte y se modifica dentro de los suburbios más libertinos. Gío, la abreviación cariñosa que le ponían los que lo conocían, era un adolescente mantenido por el dinero de una aristócrata cincuentona adicta a la morfina que lo llevaba como un objeto sexual de adoración a cada tertulia.

En un blog de fanáticos definieron la novela como fealdad desbrozada. Es muy acertado el concepto si tomamos en cuenta la particularidad de la época donde la homosexualidad –Umbral habla de prímulas veris, actrices de cabaret, marquesas, dandys, condes, travestidos, drag queens confluían en un paseo por los bares y antros de la ciudad. En el momento en que la novela es narrada el proceso político de la transición a la Democracia en España era desconocido. El franquismo llevaba casi 30 años instalado en el poder. Fue en la década del ‘60 cuando vino la prosperidad económica y la expansión demográfica que dio lugar al desorden urbanístico, las grandes migraciones del campo a la ciudad, la proliferación de colectividades instaladas en una ciudad tres veces más grande que Buenos Aires. Una dictadura tan venida a menos no podía –ni quería- controlar esas minorías con apetitos sexuales desviados e insaciables. La sexualidad es retratada como un incontrolable frenesí que se pone de manifiesto en lugares in extremis donde se genera el consenso, como un pacto de fieles, de vivir la degeneración a flor de piel.

A principio de este siglo se publica en París la novela Plataforma (2001) de Michel Houellebecq. “Lo que los occidentales ya no saben hacer es precisamente eso: ofrecer su cuerpo como objeto agradable, dar placer de manera gratuita”, sostiene Michel, el personaje central, un funcionario público devenido a millonario tras recibir la herencia de su padre recién fallecido. Michel es, al igual que Gío, un buscador del hedonismo sexual. Claro que para entender una obra es necesario contextualizarla. En la París del 2000 el placer sexual no tiene la misma connotación border que la Madrid del ‘60. Los boliches swingers se han institucionalizado al igual que el sadomasoquismo, el show del cabaret y la prostitución vip. Michel se enamora de Válerie, una directiva de una compañía hotelera que busca tener el monopolio de la industria mediante una nueva e ingeniosa atracción turística: la sexualidad. Plataforma presenta los dilemas morales de una sociedad hiperconsumista que aún niega a la prostitución como un mercado laboral más, lo que es decir, un servicio de consumo más. Es justamente ese consumismo y el individualismo lo que Houellebecq anuncia como cambio de paradigma: nadie quiere dar placer, todos quieren recibirlo, todos quieren consumirlo. Es así que la compañía hotelera le permitía al cliente poder pedir que le lleven a su habitación, además de un buen champagne o algún plato exótico de la concina local, un acompañante dispuesto a darle placer.

II
Un autor que ha sabido comprender la debilidad moral de Occidente fue Charles Baudelaire. En Las Flores del Mal (1857), más precisamente en el poema Las dos buenas hermanas, la sexualidad se presenta bajo el nombre de su pecado capital: la lujuria.  

La Lujuria y la Muerte son dos amables muchachas,
pródigas de besos y ricas en salud
y su vientre siempre virgen de harapos está cubierto,
bajo eternas fatigas jamás ha dado a luz.

Al siniestro poeta, enemigo de las familias,
favorito del infierno, cortesano mal pagado,
tumbas y lupanares le muestran bajo sus bosques
un lecho que por el remordimiento jamás frecuentará.

Y lo ataúdes y la alcoba, en blasfemias fecundas
nos ofrecen, una y otra vez, como dos buenas hermanas
los terribles placeres y las perniciosas dulzuras.

¿Cuándo quieres enterrarme, lujuria de los inmundos brazos?
Oh, muerte, ¿cuándo vendrás tú, su rival en encantos,
bajo tus mirtos infectos a injertar tus negros cipreses?”.

En la mitad del siglo XIX el goce sexual tenía una connotación especial debido al advenimiento de la modernidad. París se estaba transformando en una gran urbe con nuevos prostíbulos, nuevas prostitutas y nuevos consumidores. Baudelaire sitúa en su poema a la lujuria como la vitalidad prohibida que nunca ha dado a luz, que nunca ofrecerá frutos, donde su rival, su opuesto frente al espejo, la única capaz de anularla es la muerte. En otras palabras, Houellebcq llega al mismo punto en su novela: “Si no hubiera un poco de sexo de vez en cuando, ¿en qué consistiría la vida?”

Si continuamos en Francia, no es posible eludir al alquimista del verbo, al poeta más roquero de todos, Arthur Rimbaud. En 1873 se publicó por primera vez Una temporada en el infierno, un poemario delirante. En el capítulo Delirios I: la virgen loca la sexualidad es la fuente de toda dependencia. “¡Si fuera menos salvaje estaríamos salvados! Pero también su dulzura es mortal. Yo me le someto. ¡Ah, estoy loca!” Se contempla la teoría de que narra cuando Paul Verlaine deja a su esposa y se va junto a Rimbaud a convivir como una pareja autoexiliada. Verlaine lo golpeaba y humillaba. Claro que sólo es una teoría que no hace a la cuestión dentro de la diégesis literaria.


III
Jorge Consiglio es un escritor argentino. En la novela El bien (2001) se narra una serie de hechos vividos por los diferentes personajes que, finalmente, se entrelazan como en una estación terminal. Ronald Hampton, un muchacho alemán que había decidido quedarse en Buenos Aires comienza a frecuentar encuentros furtivos con Gary, una suerte de prostituto homosexual de los valles urbanos de Constitución. Un día Gary le propone a Ronald pasar una noche inolvidable y hacer un trío. El desenlace es fatal, el alemán termina brutalmente golpeado por sus verdugos hasta morir. El placer sexual pasa a un plano de sombra cuando lo que hay en juego es la violencia física concreta. El autor narra la escena erótica como una pintura colgada en un living, con el marco dorado de la época violenta del 2001. En ese mugroso hotel de Constitución, en plena efervescencia de bancarrota capitalista y crisis de gobernabilidad argentina, la sexualidad tiene otro rol, otra funcionalidad estética: la de edulcorar la temática con un giro hacia la violencia social.

Siguiendo con la Argentina, si hay alguien que se burló de las normas morales desde la literatura, ese fue Néstor Perlongher. Evita vive es un relato escrito en 1975 donde María Eva Duarte de Perón vuelve pero no como militante montonera sino más bien como una reventada. En el cuento –ya de culto-, el narrador en primera persona es un gay de esos que se tratan a sí mismos de mujer. Cuenta que un día llega a su casa y encuentra a su actual pareja, un marinero negro, recibiendo un pete de la mismísima Evita. Fascinada por la situación -la santa de los humildes bajaba del cielo para realizar un épico trío sexual- se entrega al placer con detalles ingeniosos. “¿El recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las uñas largas muy pintadas de verde –que en ese tiempo era un color muy raro para uñas– y se las cortó, se las cortó para que el pedazo inmenso que tenía el marinero me entrara más y más, y ella entretanto le mordía las tetillas y gozaba, así de esa manera era como más gozaba.” La sexualidad aquí tiene un ingrediente transversal y es la desmitificación de una figura divina. Claro que analizarlo desde esta realidad es mucho más fácil ya que se aprecia el lugar en el que Perlongher pone a Evita: como una hipersexual, drogadicta, deseosa, cancerígena y hermosa reina de los suburbios. Pero el calor de la época sitúa a este cuento como una joya literaria sexualmente provocadora.


IV
La poesía argentina de los 90 tuvo un protagonismo excepcional. La época era una metamorfosis a lo bizarro e intrascendente. El sueño de la igualdad política había caído junto al muro de Berlín y la economía de mercado había venido para quedarse. Gran parte de la literatura tradujo todo ese nuevo mundo en un realismo sucio y apolítico. En Punctum (1996), Martín Gambarotta logra trazar un mapa hostil, hiperreal donde las relaciones humanas son retratadas como las relaciones entre las cosas. El poema se llama 12.

Nadie se hace cargo en la terminal
del cartel publicitario en el que un tipo entrado en años
pero que en la foto representa un joven con proyectos y uno
a lo
sumo
dos
botones de la camisa desabrochados baja
las escaleras de una facultad - derecho - un libro
y la constitución nacional bajo el brazo
la foto rematada
por la frase YO NO ME DROGO, la palabra
no en itálicas diferenciándolo
de los que sí se dan
en los 2 ambientes de un departamento en Congreso
donde festejan el cumpleanos del Guasuncho.
El Cadáver
que ya se cojió de parado al Guasuncho como regalo
lo mira al hermanito del Lagarto, al que en un par de horas,
después de que todos salgan y estén un tiempo dubitando
sin hablar en la entrada de la Piraña, después
de pasar a buscar a Equis
y estar otro rato sin saber para qué lado agarrar,
se la va a chupar en el bañito del depto
manteniendo la puerta cerrada con una mano
agarrándosela con la otra
para despertarse a la mañana
siguiente o pasada,
donde sea,
pero en una mañana,
con el gusto a leche del Lagartito en el paladar,
al lado de Confuncio
a quién le dijo todavía algo dormida,
en el colchón sin sábanas, tapada
a medias por un poncho
donde daba vueltas buscando
la almohada entre sueño   quiero
Confuncio,  quiero
pija......................................
............................................
...


V
Un escritor olfatea en la espesura del ambiente de época un hedor particular y dice: “algo anda mal”. O “algo anda bien”, según el caso. No se detiene, sigue olfateando y camina en puntas de pies como un dibujo animado que está hipnotizado por el olor -dibujado- que parece salido de una chimenea. Camina y camina hasta encontrar el origen. Proviene de una debilidad moral, de una falla en la estructura ética de la época y decide, con la literatura como un arma cortante, clavar justo allí para abrir esa grieta y que el olor se esparza por todos lados.


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