Personaje enigmático de la cultura nacional, el Indio Solari es capaz de mover un público incalculable y también recibir la crítica de otros tantos por su modus operandi. Con la excusa del recital que dio este 14 de septiembre en Mendoza, repasamos el camino que condujo al artista hacia su independencia de terceros e intentamos comprender, desde abajo del escenario, la alianza creada con sus fieles.
Por Andrés Correa || @andrelocorrea || 30-09-2013
El Indio Solari, a los 64 años, volvió a superarse a sí mismo como personaje mitológico: 120 mil personas y el show con entrada paga más grande de la historia del rock argentino. Entre la cobertura periodística del recital, hubo una crónica provocadora realizada por Paula Bistagnino, para la revista Anfibia, que generó un revuelo en las redes sociales, con partidarios y detractores, en la cual se metió con las cifras económicas que dejó el encuentro, generando suspicacia en cuanto a la reputación del Indio y al movimiento que lo acompaña.
Como sucede en los recitales de este tipo, los grandes medios gráficos le dan la espalda o le dedican un ínfimo espacio en sus páginas, demostrando que un acontecimiento masivo por el simple hecho de serlo no es condición para ser noticia. El recurso, siempre eficaz, es la nota periodística informativa que responde a lo básico de la descripción con datos sobre cantidad estimada de gente, lista de canciones y demás detalles exteriores al show, pero es difícil encontrar una cobertura contada desde el lugar mismo del encuentro. La revista Anfibia, en cambio, le dedicó un generoso espacio a través de la mencionada crónica. Dice el relato en un momento: “Besar el piso, alzar las manos y agradecerle a alguien o algo, como si haber pagado una entrada de 300 pesos no alcanzara para tener derecho a ver el show”. El interés de la periodista por el dinero no termina ahí, así que más adelante sigue: “Carlos Alberto ‘Indio’ Solari, llegó en un chárter privado desde San Fernando. Sus músicos, en aviones de línea. (…) se calcula que con este show embolsó unos 15 millones de pesos. Lo suficiente para recluirse otros dos años”.
No es la intención hacer una crítica de la crónica ni mucho menos pero sirve como disparador porque forma parte del pensamiento de muchas personas. Decir que el Indio Solari es un multimillonario, que vive en una mansión y que toca poco para recaudar mucho es atacar al artista donde no hace a su esencia. Y si se lo quiere cuestionar por su manera de hacer negocio con su músicahay que partir de una base: Los Rodondos fueron la primer banda de rock nacional que logró instalar su propia lógica en el mercado, bajo un modelo de acción resumible en dos palabras: Ser independientes.
El camino a la independencia
Hoy, con el tiempo en nuestra espalda, es sabido que fue un gran éxito la apuesta inicial de la banda, pero haber rechazado a quienes se ofrecían a producir su primer disco para realizarlo en las condiciones que ellos esperaban y pretendían habla de una convicción muy fuerte en sus ideales. Gulp! fue grabado sobre finales de 1984, cuando la banda ya tenía ocho años de existencia. Previamente, Los Redondos habían realizado un demo con temas que luego fueron incluidos en sus discos y otros todavía inéditos como “Nene, nena”, “Un tal Brigitte Bardot” y “Pura suerte”. Tanto el Indio, como Skay y Poli querían grabar el primer álbum de forma independiente, entonces contactaron a la cooperativa de música MIA (Músicos Independientes Asociados). Allí trabajaba Lito Vitale, quien participó con sus teclados y fue el encargado de producir el disco.Por otra parte, la presunción de autonomía también se extendía hacia el ámbito artístico, sostenidos bajo el lema del Indio Solari que imploraba “solos y de noche”: nunca participaron de ningún festival de rock ni compartieron escenario con otra banda, aunque sí invitaron a músicos amigos.
Los recitales ricoteros tuvieron siempre una cierta particularidad. Desde los primeros shows en los que además de la presentación de la banda -sin integrantes fijos por entonces ya que existían alrededor de 15 músicos que iban rotando por el escenario- se combinaban obras de teatros, musicales, proyecciones audiovisuales, monólogos, bailarinas, etcétera, hasta la etapa posterior donde llegó a adquirir un carácter ritualista para sus propios fieles, Los Redonditos de Ricota generaron siempre una fuerte alianza con su público seguidor. Sobre finales de los ochenta, con tres discos en su haber, el crecimiento del grupo se evidenciaba ante cada nueva presentación, sobrepasando el límite de capacidad y con gente afuera sin poder acceder al show.
Los lugares tradicionales donde se presentaba el conjunto fueron quedándoles cada vez más chicos y, en ese contexto, se encontraron bajo una de las decisiones que más críticas le generó a lo largo de su carrera: la llegada a Obras Sanitarias. Los Redondos arribaron a “la capital del rock” en diciembre de 1989 para presentar su cuarto disco ¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado. Ese mismo año el Indio había declarado en una entrevista que “Obras es el lugar institucionalizado del rock, los tipos tienen su funcionamiento, que se da de patadas con uno. Ellos son los dueños y vos el número que esa noche va a hacer gracia (…) Cuando vos escuchás a los Redonditos, todo lo que está ahí es auténtico producto Redondito. No hay nada que se ponga en el medio, entre nosotros y el público”. Esa contradicción de la banda significó el alejamiento por parte de muchos de sus viejos seguidores, quienes consideraban el final de la independencia artística, aunque les abrió las puertas hacia el horizonte sin fin de la masividad todavía vigente. En ese camino, Los Redondos experimentaron algo inédito por entonces en la cultura nacional: la llegada del rock a los estadios.
El último gran paso de la banda hasta su total independencia llegó en el año 1998 con la creación de “Luzbola”, el estudio de grabación montado en la casa de Carlos Solari en Parque Leloir. Conjuntamente, la discográfica “Patricio Rey Discos” se encargó de relanzar toda la discografía al mercado bajo el sello propio. Esto significó la culminación de un combo perfecto que incluía estudio de grabación, edición y distribución de los discos, arte (Rocambole era un integrante más), manejo de la publicidad, organización y logística de los recitales. Este éxito montado en línea paralela al mercado tradicional enmarcó un nuevo modelo de negocio independiente que sostuvo Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota hasta su disolución.
Legado ricotero y más de lo mismo
Está claro que tras la separación de Los Redondos el heredero de toda esa estructura fue el Indio Solari y éste no hizo más que continuar con un modelo de acción que había empleado y defendido durante años. Desde su debut como solista en el 2004 con El Tesoro de los Inocentes, presentado en el Estadio Único de La Plata al año siguiente, el público le manifestó el respaldo de siempre, demostrando que el fenómeno ricotero continuaba vigente. El disco fue producido por el propio Solari, grabado en su estudio “Luzbola” y lanzado bajo el sello “Patricio Rey Discos”.
Por otra parte, el rock en los estadios había dejado de ser exclusividad de unos pocos y fue La Renga quien inauguró un nuevo paradigma de la masividad. En el 2005 la banda de Mataderos tocó en el Autódromo de Buenos Aires, donde ingresaron más de 100 mil personas. El Indio experimentó lo mismo en el Hipódromo de Tandil en tres oportunidades y en los Autódromos de Junín y Mendoza, donde superó todo límite previsto.
Hace años que vivimos la historia de los recitales de rock amparados bajo la tutela de grandes marcas publicitarias donde las bandas, con escasas excepciones, ponen la firma donde sea que se les pida sin cuestionar la cooptación del arte por el sistema. Por supuesto que el Indio Solari, como cualquier personalidad de su altura, puede ser criticado por muchas cosas pero atacarlo por su patrimonio o las cifras de sus recitales es tachar una trayectoria sostenida fuertemente bajo sus ideales de independencia y crecimiento sobre rieles distintos a la lógica hegemónica del mercado.
Por otra parte, sus espectáculos exceden la lógica clásica de un show de música, ya que existen reglas inmanentes al fenómeno ricotero que sin su cumplimiento el recital no sería completo para sus fieles. Jesús González Requena en “Elementos para una teoría del espectáculo” sostiene que una relación espectacular está conformada por un cuerpo exhibido y otro reducido a su sentido de la mirada; es decir, un cuerpo afirmado y otro negado. Tal definición no se correspondería con los recitales del Indio, donde el cuerpo debe cumplir con la exigencia demandada por la lógica del aguante, una serie de reglas aceptadas por el colectivo como parte de la identidad e idiosincrasia del movimiento. Pablo Alabarces, estudioso incansable de la cultura popular, define la cultura del aguante como una categoría ética y moral, una determinada forma de entender el mundo. Respecto al movimiento ricotero, recientemente escribió que “para seguir al Indio hay que sufrir. Hay que tener aguante. Hay que matar un rati para vengar a Walter. Ser todo huevo y corazón”, porque así lo dice la moral de Los Redondos, y sigue: “(…) el consumo de alcohol, porque sólo cuerpos bien machos pueden soportar la ingesta de hectolitros de bebidas; el cansancio, el sudor, el frío, la afonía; y el pogo, claro, prueba definitiva del aguante que se ejerce y se banca con el cuerpo, y nada más que con el cuerpo”.
Entonces, analizar el fenómeno del Indio y el movimiento desde los parámetros objetivos o racionales es intentar entender la religión por lo fáctico. Pensar que un “ricotero” va al recital con el fin de disfrutar un show de rock es válido pero insuficiente. El encuentro roza la comunión entre un público efervescente, que demuestra su pasión y sentimiento abrazado a la bandera del aguante y un líder enigmático escondido bajo sus anteojos de sol. La gente comienza a vivir el recital desde el mismo momento en que emprende el viaje y la misa terminará cuando suenen los últimos acordes de “Ji ji ji”, la canción con mayor valor simbólico del rock nacional: ¿Sería igual un show sin ella?