La tecnología parecía una invención humana para mejorar nuestra relación con el mundo. Pero cuando esa tecnología pasa a ser parte de nosotros mismos, ¿qué sucede? Hoy en día, ¿existe una diferenciación formal entre máquina y humano? ¿y entre naturaleza y cultura? A continuación, algunas elucidaciones.
La palabra ciborg es un acrónimo de cibernética y organismo. Una conjunción entre la tecnología y lo humano. La primera impresión es pensar en una película futurista a la que tanto nos han acostumbrado los canales de cable. El problema con Terminator y Yo robot, por citar algunas, es que los personajes sólo son máquinas, nacen como máquinas y tienen apariencia de humano. Pero si pensamos en el clásico Robocop la imagen es más exacta.
RoboCop es un policía asesinado en un robo que al implantarte partes cibernéticas logra volver a la vida y mejorar su calidad policiaca resolviendo por sí solo la mayoría de los delitos en Detroit. Partiendo de esta idea, comencemos a profundizar la problemática.
Donna Haraway es una filósofa estadounidense que ha escrito varios textos sobre el ser post humano y los ciborgs. Al respecto, en su libro Manifiesto Ciborg, afirma que “no existe separación ontológica fundamental en nuestro conocimiento formal de máquina y organismo, de lo técnico y de lo orgánico (…) Una consecuencia es que nuestro sentido de conexión con nuestras herramientas se halla realzado.”
Hemos creado poderosos estereotipos en torno a las máquinas. Hay una tendencia a creer que el hombre, algún día, dejará de controlar la tecnología que inventa para ser dominado por ella. El apocalipsis de la raza humana se dará cuando las máquinas dominen el mundo. Así son los prejuicios del desconocimiento.
Neil Harbbisonfue declarado en el 2004 por el gobierno británico el primer humano ciborg oficial. Harbisson nació con una enfermedad muy extraña llamada acromatopsia que es una variación del daltonismo. A diferencia del daltónico clásico que confunde los colores, el que tiene esa enfermedad ve en escala de grises. A partir de ésto creó junto a algunos científicos una tecnología llamada eyeborg. “Es un sensor que detenta la frecuencia de color en frente de mí y envía esta frecuencia a un chip instalado detrás de mi cabeza, y oigo el color a través de la conducción ósea”, explica el propio Neil en una charla que dio para TED.
Evaluemos la posibilidad de que en un futuro no muy lejano todos tengamos la posibilidad de solucionar nuestras falencias a través de dispositivos tecnológicos. Sería grandioso que la ceguera pasa a ser una enfermedad de siglos pasados o que la cuadriplejía sea combatida con chips instalados en el cuerpo.
La tesis de Haraway apunta a comprender cómo son modificadas las subjetividades a partir de esta nueva concepción. “La determinación tecnológica es sólo un espacio ideológico abierto para los replanteamientos de las máquinas y de los organismos como textos codificados, a través de los cuales nos adentramos en el juego de escribir y leer el mundo”, argumenta la filósofa.
Las tecnologías que utilizamos están en un contacto tan enraizado con nosotros mismos que es engañoso plantearlas por fuera de nuestra cotidianeidad.Ellas mismas proponen nuevas formas de subjetividades, nuevas concepciones de mundo.
Hoy en día los ciborgs son más comunes de lo que se piensa. No hay que pensar en Pistorius o en Stephen Hawking para comprender la unión simbiótica entre organismo y máquina. Ni siquiera es necesario recordar todos esos ejemplos burdos de la ciencia ficción.
¿Qué diferencia existe entre quitarse una costilla o ponerse un piercing? ¿Acaso no responden ambos procedimientos a la intervención tecnológica en el cuerpo por un fin estético? ¿Y los implantes dentales? ¿Y el bypass? Todo es un gran torbellino que nos conduce a la certeza que no podemos ver: todos ya somos ciborgs.