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Retrato

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“Yo quería saber más aunque me resultara demasiado confuso y me sintiera fotografiado aún sin que ella sacara su cámara Canon Eos 7d con ese lente que se estira y se retrae como un falo.” Un texto ficcional de nuestro ya habitual redactor Giovanny Jaramillo Rojas que, en esta ocasión, indaga sobre una verborrágica fotógrafa.


Por Giovanny Jaramillo Rojas || sincompliques@hotmail.com|| 04-07-2014
Fotografía: Romina Cartaginese || Romi Cartaginese Fotografía


Ella ostenta la felicidad de ser nadie y a la vez alguien que toma fotos. Todos sus amigos son pescadores, camareros, vagamundos, jóvenes drogadictos y borrachos y soñadores irremediables (todos, básicamente todos, personajes sentenciados a muerte) o, como afirma ella: seres ajustados por la famosa escuela de la vida, que lo que mejor sabe enseñar es a tener el valor de enfrentar el azar, haciéndole saber previamente a su víctima que va a ser derrotado, y que la única opción real y uniforme es la lucha; con el fracaso como punto de partida y llegada.

En una ocasión me preguntó ¿Cuál es el único destino que se derrumba sin que nadie lo mire? Y bueno, mi perplejidad ante semejante pregunta que abarcaba todo y nada al mismo tiempo no supo replicar con elegancia, sino con ingenua cursilería barata: el del amor. Le dije. A lo que ella respondió: sabe que si, el amor se ha vuelto un producto más del mercado: algo que es encantador, valeroso y admirado, pero irremediablemente fútil…

Cuando ella se ponía a hablar solía desencajar sus mandíbulas con prosaicas retahílas inagotables sobre la soledad a la que su vida estaba abocada. Aquella tarde terminó hablando de los síntomas de su aislamiento: que se repetía en el laberinto diario, ascendiendo y descendiendo a través de los millones de monólogos interiores y los ritmos polifónicos que ella encontraba en cada persona engendrada por la calle, y que se resumían en barullos de imágenes voyeristas, y por ello, esencialmente lastimosas. Es muy fotógrafa –pensé yo en atento silencio-. Arguyó que a este fenómeno se debía su pasión fotográfica, -rápida confirmación de mi intuición-, puesto que era la única herramienta que le era idónea para narrar la desolación cotidiana. Mi fotografía –prosiguió- configura la depravada imaginación del mundo, y mis lentes están especializados en captar lo más íntimo del mismo… ¿Que qué era? –pregunté- a lo que ella respondió con una sagacidad sensacional: aquello que con su fugacidad se hace casi inexistente, pero que con su latencia conforma las lógicas de los instantes, o sus respectivas prosas, sus respectivas prosas, sus respectivas prosas, afirmó tres veces después de breves silencios y miradas perdidas sobre el horizonte de cemento. Eso sí, ella aclaró que se esmeraba porque sus imágenes tuvieran el poder de cumplir un rol ilegal capaz de dotar de goce al observador siempre y cuando fuera explícita y tajante la exposición del suplicio ajeno, sin importar su naturaleza mórbida, teatral o carnavalesca, ya que de lo que se trata es de generar en el espectador la posibilidad de no verse allí ni como autor ni como actor de la escena, pero sí como factor contingente o elemento integrante de esa realidad registrada. Terminó diciendo que a las personas, en general, les gustaba ver la celeridad del sufrimiento ajeno, porque eso las ponía ante un espejo que les decía: Hay gente que la pasa peor que usted en el mundo, y eso, según ella, gestaba cierto tipo de liberación que ayudaba a la gente a seguir con el día a día bien abrazada a su frustración.

¿Abanderaba su fotografía la pornomiseria? ¿Por qué sus temas fotográficos eran gentes y no temas? ¿Era la gente un tema? Yo quería saber más aunque me resultara demasiado confuso y me sintiera fotografiado aún sin que ella sacara su cámara Canon Eos 7d con ese lente que se estira y se retrae como un falo.

Al día siguiente la volví a ver en Parque Lezama, no por casualidad, sino porque así lo habiamos decidido. Ante mis preguntas empezó a hablar: mi soledad más intestina fue originada por la sombra que me arroja esta ciudad con sus promesas de vaciadas e insustanciales liberaciones y es por esta razón que quiero ayudar en la liberación de los demás. Y entró en un soliloquio: ciudades que disponen eróticamente de su propio lema: sin tablas ni salva vidas, naufragamos, haciendo aguas por los cuatro costados; alardeamos memoriosamente nuestros propios griteríos: "sálvese quien pueda", “esto es mío”, “que lo hagan otros”. Con sus palabras me mostró su cara más amable, la que sonreía todo el tiempo “con la ironía de lujo que se reserva para algunas ocasionesbásicamente fotografiables”. Sin embargo, para creerle sentía que debía esperar el amanecer, ya que esa era la única hora que ella me había dado para preguntar. Difícilmente se puede disponer del tiempo como si se fuera libre. A veces es mejor irse enseguida y no pensar. Creo que en el fondo ella intuye una verdad sobre sus personajes y se siente como en el aire descubriéndola, como si tuviera un insomnio redentor y fuera la presbítera de una asombrosa realidad que hace mucho había dejado de exigirle tensiones transitorias, tensiones que de un momento a otro tendrían que terminar por ser fotografiadas para su historia, tensiones como la mía. Le dije que me sentía como en una sala de espera, pero que no sabía qué esperaba exactamente. ¿Así que usted también está de espera? -Me dijo- ya ve, no es el primero, parece que eso da trabajo.

No dormí aquella noche pensando en mi espera, en mi soledad, en la soledad de ella, en la del mundo, y ya sobre el inicio formal de la mañana me acordé de Dios y de mi antigua esperanza de que acaso existiera. Me ví igual de inmutable, como recostado sobre el sigilo del aguardo, como si estuviera siendo mirado. Me pareció que ni ese hoy ni ese ayer habían pasado y que mi pensamiento era sostenido por una insulsa curiosidad por ver desaparecer el después. Intuí que yo era su nuevo amigo: el escritor, que había ingresado a su vitrina fotográfica y que uno debe tener mucho cuidado con las tapas, porque ellas nunca pueden abrirse desde adentro: no vaya y sea que uno termine siendo un simple retrato.


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