El fin de semana perfecto para un grower aficionado se transforma en tormenta mental cuando un suicida aterriza sobre sus plantas. ¿Eso es todo? Sí, en principio. Julián Urman arma una brillante nouvelle sobre el riesgo de quedarse sin razones para ir más allá de la anécdota bizarra.
"No te mates en mi verde cultivo"
de Julián Urman
Editorial Tamarisco
97 páginas
La literatura se ha dedicado a narrar lo extraño desde su inauguración. Lo improbable, lo inexistente, lo incompatible con el devenir de las generaciones de vidas apenas diferenciables entre sí. Desde su inauguración –cuándo, dónde y cómo queda a criterio personal- contar lo extraño es la propulsión a chorro del relato, y contar una muerte es un disparador clásico. Hay un personaje muerto, un escenario arbitrario y el orden combinatorio de los hechos quizás sea el verdadero valor literario de la narración. Todo alumno de escuela media entre los 90 y 00 toleró a García Márquez en Crónica de una muerte anunciada; Borges por su parte compone un muerto que no sabe leer la anticipación de su destino en los rostros de los bandoleros uruguayos de principios del siglo pasado. Narrar la muerte para glorificar la vida es quizás la última pintura rupestre que la humanidad se permite por fuera de las fórmulas religiosas.
Hasta acá todo bien. ¿Pero qué tal si 150 kilos de humanidad se suicidan encima de tu plantación hogareña de porro? Julián Urman, según parece a partir de un episodio real, se hunde en el lado B de la muerte, con los que quedamos seis pies de tierra más arriba. No te mates en mi verde cultivo es todo lo extensa que precisa; una página más y reventaría. Sin entrar en descripciones técnicas que ya a nadie interesan en el micromundo de la crítica cultural, esta nouvelle es un ejercicio del ritmo. Ritmo, beat, groove, el pie neurótico que no puede parar de golpear el suelo; ésa es la cadencia narrativa del protagonista anónimo. Todo está pasando aquí y ahora: presente del indicativo de punta a punta. Sin reponer ningún pasado denso, No te mates va toda hacia adelante en un fin de semana perfecto que deviene una liviana pesadilla o al menos un sueño retorcido.
“Afuera, un grupo de treinta vecinos señala mi casa, como si estuvieran frente a un ovni. Muchos hacen visera con la mano sobre los ojos. A un costado, el verdulero me hace gestos para que baje, aprovechando lo personal de nuestra relación para diferenciarse del conjunto. Bajo y abro. Es la policía. Quieren saber si mi casa tiene patio al fondo. Estoy a punto de negarlo, pero sospecho que la pregunta es retórica, por lo que digo que sí. Quieren pasar. Los dejo. Quince uniformados entran, todos piden permiso. Alcanzo a preguntarle al último por el motivo de la irrupción. Me dice que se tiró una persona del edificio de al lado y que lo están buscando. Tardo en entender que esta persona debe estar muerta”. Abran donde abran, las páginas de No te mates mantienen esta electricidad descriptiva, la meticulosidad TOC para narrar, al punto que el humor es inevitable, auténtico. Hubo un tiempo en que los humoristas usaban esas extrañas estructuras verbales llamadas chistes; hoy el humor es la combinación de los elementos con los que habitualmente usamos el aparato fonador simplemente para hablar. En ciertos casos lamentables eso mismo deviene en stand-up; otras veces, por suerte, libros como este.
Urman, guionista y músico de cine y televisión (No te mates es su segunda novela; Ravonnetambién fue editada por Tamarisco), da cuenta de la inundación mental de su joven protagonista judío de Villa Crespo. Hay lugar para la reflexión ante la burocracia de la muerte: el retiro del cuerpo obeso, Criminalística analizando el salto al vacío, la hidrolavadora limpiando metódicamente el enchastre. Pero todo eso se cruza con la paranoia de tener la casa llena de porro y a la vez de simpáticos agentes de la ley; esto apenas es uno más de los ingredientes propuestos. Entonces narrar lo extraño no tiene que ser Agosto de Tracy Letts, porque no siempre la muerte nos llega como drama irresoluble. A veces nos cae del cielo sin más, con la forma del fin de semana más bizarro de nuestras vidas.