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Qué tendrá ese petiso. Un porqué al fenómeno Game of Thrones

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Las series están en auge, pero Game of thrones se lleva todas las miradas. No sólo es la ficción más vista de los últimos tiempos sino también la más debatida, desde lo literario hasta lo político. De qué trata esta fantasía medieval, quién es su creador y por qué no le gusta que lo comparen con Tolkien, son elementos claves para entender el fenómeno.

Por Eña Ferreras || @enaferreras || 02-06-2014


El “qué serie estás mirando” es el nuevo “qué estás leyendo”. “¿Ninguna? ¿En serio? ¿Ni Mad Men? ¿Ni Breaking Bad? ¿Ni House of Cards? ¿Ni Game of Thrones?” Ah, no. Game of Thrones sí. Todos miramos Game of Thrones, por supuesto. Desde todos tus amigos, toda tu oficina, toda tu familia, todos tus contactos de Facebook, hasta la Presidenta de la Nación. Algo tiene. Esa historia. Esa mina, la “Madre de Dragones”, que Cristina dice que adora. Ese petiso, enano, que tanto idolatra todo el mundo.

Algo tiene y no es, como pudiera pensarse, la fantasía, o la guerra. Cosas que siempre generan furor en audiencias, pero que en Game of Thrones, contrario a lo que uno imagina, no son lo más importante. De los dragones se habla más de lo que se los muestra. Lo mismo pasa con los “Whitewalkers”, zombies de hielo que nunca terminan de ser protagonistas de nada. Ni ellos, ni la bruja que parió un demonio, ni el nene que cierra los ojos y se teletransporta. Tampoco los desnudos, o las batallas. Todo eso aparece sólo un par de minutos, si es que aparece, dentro de una larga hora, en cada capítulo, plagada de: diálogo.

¿En serio? ¿De verdad todo el mundo se desespera, semana a semana, por que llegue el momento de ver una hora de sucesión de diálogos?

Debe ser mucho, entonces, lo que esos más de 20 personajes principales tienen para decir, para que cada lunes se arme más debate en las redes sociales sobre lo que dijo o hizo tal personaje de Game of Trones, que por lo que dijo o hizo Lanata en su programa. Debe ser importante lo que tiene para contar una serie sobre la que se arman conferencias, debates, artículos en diarios nacionales, hasta seminarios en la UBA.

“La justicia según Game of thrones”, “La política según Game of thrones”, “Las clases según Game of thrones”, “Los ideales según Game of thrones”.

La trama de la serie es: familias nobles, durante la edad media, pelean por el trono desde donde un rey absoluto gobierne todo Poniente, un continente ficticio dividido en siete reinos. Lo que muestra cada capítulo es a distintos miembros de esas familias, separados por miles de kilómetros entre sí, avanzando individualmente, cada uno con su historia particular, hacia la lucha por ese trono.

Ahora, ¿quién es éste George R. R. Martin, autor de la saga sobre la que se basa la serie, que estamos tomando como autoridad para debatir temas tan profundos? Estadounidense, confesado demócrata, señor de la guerra, periodista, profesor, divorciado, amante del vino, ermitaño, barbudo y rehusado completamente a que lo comparen con Tolkien, George Martin reconoce que sí, toda su fantasía medieval está pensada de forma tal en que toda la magia no opaque a lo más importante: sus personajes. Lo importante, lo atractivo, son los personajes.

Los personajes de Tolkien estaban teñidos por la intención que regía a El señor de los anillos: la lucha del bien por sobre el mal. Los personajes de Martin no creen en el bien, ni creen en el mal, ni creen en nada. Ni en sí mismos. La intención detrás de Game of Thrones no es el triunfo de nadie, porque en Game of Thrones no tenemos buenos y malos. Tenemos, eso sí, favoritos, pero somos conscientes de que acá no pasa como en cualquier historia. Acá nada nos asegura que los favoritos vayan a ganar. O, peor, que los favoritos no nos terminen defraudando.

No se trata de personajes aspiracionales, se trata de personajes miserablemente humanos. Aragorn, Frodo, Gandalf, estaban demasiado arriba. Jon Snow, Ned Stark, Petyr Baelish, son pobres tipos. Son más como nosotros. Y Tyrion Lannister, nuestro querido enano, es el mejor ejemplo. Paradójicamente, es el hombre más entero que podemos encontrar en toda la serie. Porque es un tipo con convicción, que habla bien, que encuentra siempre la cosa exacta que tiene que decir. Y también, por supuesto, lo queremos porque sufre. Porque acá no es como en Tolkien, donde los enanos son una raza aparte, fuerte y respetada. George Martin metió en su historia un enano que se ve como el cruel mundo de hoy podría ver a un enano. A Tyrion, su propia familia lo trata como “anomalía”. Él mismo reconoce, en la primera temporada, que tuvo que leer mucho en su vida hasta convertirse en intelectual, porque era eso, o ser un bufón.

No hay razas antropomorfas en Game of Thrones: esto es una historia de hombres, señores. Y como en toda historia de hombres, realista, lo que nos atrapa es el drama, el terror de saber que nada es nuestro, que no se puede anticipar lo que va a pasar. Porque con los hombres nunca se sabe. Eso es lo que George Martin nos quiere decir todo el tiempo: a fin de cuentas, no importa quien termina quedándose con el Trono de Hierro. Desde la primera temporada, la serie nos educa en que nadie, ni siquiera el rey, estará nunca a salvo. Siempre alguien va a estar ahí, listo para traicionarlo.

Lo máximo a lo que podemos aspirar como espectadores, que en el fondo quieren que todo esté bien, es a ver que alguien, en algún momento, consiga algo de paz. Que alguien, por favor, pueda salir de ese círculo de codicia, odio y desconfianza en el que todos viven. Que alguien encuentre algo en qué creer, algo a lo que serle fiel. Que alguien deje de ser miserable.

En ese sentido, George Martin es más un Victor Hugo que un Tolkien. Ni justicia, ni política, ni clases, ni ideales. Game of Thrones data de un tiempo donde todo eso no existía. Es la épica sobre la humanidad sin saber bien todavía qué hacer con su humanidad.



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