China Editora reeditó San Francisco, el poemario de Luciano Lamberti que fue publicado por primera vez en el año 2008. Aparece seis años después para ser leído de forma diferente: como la semilla de los libros de cuentos El asesino de chanchos y El loro que podía adivinar el futuro. San Francisco funciona como una suerte de embudo que comienza describiendo una realidad cruda y tangible para luego terminar con un lenguaje metafísico y onírico. En el medio, todo lo que sucede, se condensa en una tensión espesa, en un estado de alerta permanente.
Por Luciano Sáliche || @LucianoSaliche || 04-05-2014
San Francisco
Luciano Lamberti
China Editora
64 páginas
$70-
Martín Gambarotta dijo alguna vez y en otras palabras que escribía poesía porque encontraba en ese género una síntesis condensada, una imagen fuerte que en las novelas aparece sólo por momentos. Y si pensamos en todo lo que hay que leerle a algunos autores para encontrar ese anhelado sablazo artístico en la cabeza, posiblemente nos decepcionemos. San Francisco de Luciano Lamberti tiene esa dosis de inyección letal pero por partes, a cuenta gotas; por cada poema leído aparece una imagen muy potente que queda repicando en la mente. Para estimular ese mecanismo del goce hay que leer a San Francisco en un estado de tensión, de alerta permanente.
La estructura del libro está formada por cinco secciones: la primera -San Francisco- contiene 17 poemas, todos cortos y aleatorios; luego, las tres secciones que le siguen –Córdoba, Buceo en aguas cálidas y La bañera- poseen un solo poema de nombre homónimo pero de una longitud mayor, con más cuerpo de relato, diferente a los de la primera parte; y la sección restante –El advenimiento- es un híbrido entre ambas estructuras porque si bien es un solo poema, tiene divisiones, pausas, cambios de página, algo así como diferentes capítulos de una misma miniserie.
El libro funciona como una suerte de embudo por donde se vierten diferentes sustancias hacia una única botella. El principio es una serie de poemas claros, precisos, con personajes definidos y una realidad tangible y concreta: sustancias hiperreales con nombres familiares que se escurren por la vertiente de plástico. Luego ese embudo tiene un pequeño tubo por donde las sustancias se ven sometidas a la oscuridad, ya no se las ve pero se las distingue. Finalmente, ya en la botella, la literalidad de la narración poética se pierde y lo que se observa es un cúmulo de imágenes metafísicas, sensoriales, oníricas, de metáforas potentes con elementos de la naturaleza, órganos del cuerpo, sentimientos ajenos y esa palabra multiacentuada: futuro. Así es El advenimiento, la última sección de un libro que funciona como embudo, de lo más literal, del barrio, de la crudeza del mundo concreto y cambiante a la conjunción poética del orden de lo intangible. Es el campo metafísico. / Se está yendo por la boca del aljibe.
Luciano Lamberti es reconocido en el ambiente literario (si es que tal cosa existe) por su libros de cuentos El asesino de chanchos (Tamarisco, 2010) y El loro que podía adivinar el futuro (Nudista, 2012). Digamos que su reputación está edificada sobre la prosa. Y no cualquier prosa: suspenso, thriller, terror, misterio, todos estos términos pueden sonar bien en cualquier reseña que hable de estos libros. Pero lo que presenta ahora Lamberti es una reedición de San Francisco, el origen de todo lo que escribió después, un poemario que da cuenta de su potencial imaginario. Sus poemas son ladridos de un perro que, si no acelerás, si justo te agarra el semáforo de la avenida, te muerde.
Una vez, miré hacia arriba y vi / los pies de unos chicos sacudiéndose / para mantenerse a flote. Los versos que describen el mundo de Lamberti son silenciosos, tranquilos, como la calma previa a la tormenta. Un mundo donde todo está quieto, nada se mueve pero en el panorama que se muestra, en el paneo de la escena hay una serie de objetos que amenazan con destruirlo todo.
La construcción de los personajes son adrede, ninguno es central, todos son parte de un paisaje que se devela a pinceladas; aparecen una vez y con eso basta. El loquito del baldío, el niño retardado que fue mal alimentado de pequeño y quedó así, el profesor de karate que asesinó a su mujer que tenía cáncer y luego se mató, el albañil pirómano, las enfermeras del Hospital San Justo, el Rengo cocainómano, el bañero ignorante, el buen faenador, el bisabuelo suicida. Todos personajes que aparecen para teñir de un espanto rutinario las aburridas tardes de un pueblo que termina por ser impactante.
En El loro que podía adivinar el futuro, hay un cuento llamado Perfecto accidentes ridículos que de alguna manera parece seguir la línea de San Francisco. En él, hechos que se presentan como azarosos modifican la vida de los personajes. Quizás el punto interesante no está en el cambio entre el antes y el después sino más bien en el momento justo, la forma, la espectacularidad de la forma en que se produce el cambio. En el poema El olor de su cuerpo se lee: Mi cuerpo está lleno de preguntas. Pero no el cuerpo / de mi bisabuelo. Su cuerpo / no era muy distinto al de un animal. / Por una cuestión ridícula, un chiste, / le pegó un tiro en la cabeza a un vecino / y después caminó hasta la mitad del campo y se abrió / la panza con un tramontina. Tengo una foto. La potencia de lo narrado no es cómo era el bisabuelo y cómo terminó después, lo interesante es el chispazo de gracia, la extrañeza de cómo un hecho ridículo modifica todo el panorama familiar. Un hecho tan ridículo que le puede pasar a cualquiera. Esa mezcla de extrañeza y familiaridad es la clave de la contundencia del libro.
San Francisco es la mejor excusa para demostrar que en los pueblos la vida puede ser peligrosamente rutinaria; tanto que una mínima modificación de los sucesos que se repiten en serie puede detonarlo todo. Hay en el ambiente de su narración un tufillo a esperar, algo, no se sabe qué, algo potente que viene, que está viniendo y será grande. El lector espera ansioso, se impacienta, permanece en un estado de alerta permanente. Hasta que llega, y cuando llega lo hace de forma intempestiva, violenta, contundente. Esa poética de contar lo que en las novelas sólo se ve de a ratos. El preciso instante en que el mundo cambia de una vez y para siempre.