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Crónica de un festejo democrático

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El 9 de diciembre la Plaza de Mayo estuvo colmada. Miles de personas se reunieron a conmemorar el Día de la Democracia y los Derechos Humanos que, en el calendario, comenzaba a partir de la medianoche. Alrededores estuvo ahí para plasmar la sensación del ambiente que, desde luego, fue de festejo.





Por Mariano Runge || @MarianRunge || 10-12-12

Vamos a la plaza, me dijo, invitó, casi obligó un amigo. Dale, le respondí de inmediato, y arrancamos mirando el cielo celeste en un domingo de esos que las avenidas se muestran vacías y la poca gente que anda por las calles no lleva el apuro de la semana. Pero no era un domingo más, se celebraba en Plaza de Mayo las vísperas del Día de los Derechos Humanos y del Día de la Democracia, siendo el 10 de diciembre el vigésimo noveno aniversario de la asunción de Raúl Alfonsín tras el gobierno de facto que asaltó el poder en 1976.

¿Cuánto hay para festejar?, me pregunté, ya acomodado en el colectivo de la línea 103 camino al centro porteño. Quería tomar, de alguna manera, la dimensión del acontecimiento que estaba yendo a vivir. Claro, revisando la historia de nuestra sufrida Argentina, nos encontramos con que veintinueve años de democracia no nos resultan tan familiares. Desde el primer golpe de Estado, efectuado en 1930 por el General José Félix Uriburu a Hipólito Yrigoyen, no hubo un período democrático que superase los once años. Cabe recalcar que este mayor período democrático, igualmente, pertenece a la denominada Década Infame, la cual se caracterizó por el fraude electoral sistemático, la proscripción a la derrocada Unión Cívica Radical y una corrupción generalizada en el ámbito público. Hacemos referencia, entonces, a un período no tan democrático como podemos considerar hoy en día. El segundo mayor período democrático pertenece a las dos presidencias de Juan Domingo Perón (1946-1955), y no supera la década.

La 9 de Julio lucía vacía como nunca la había visto. Eran las 18 horas y todavía no eran tantos los micros estacionados que podrían obligar el corte total de la avenida. Sin embargo, era un domingo de festejos y no había lugar para el tránsito molesto. El asfalto empezaba a ser tierra de los pasos. Grupos de a decenas se juntaban en las esquinas, acomodaban sus estandartes, agrupaban a sus compañeros y comenzaban a caminar por la calle más ancha del mundo hasta llegar a la Avenida de Mayo, vía principal de acceso a la Plaza. Sobreesa avenida estaba delimitado el camino por dónde ingresarían las agrupaciones, ordenadas con sus altos estandartes al frente, sus banderas distribuidas entre las decenas, a veces centenares de integrantes. Algunos silbatazos para ordenar las columnas ayudaban a que todo el desfile se diera de forma organizada al ritmo de los bombos que retumbaban más fuerte cuanto más nos acercábamos a la Plaza.

No ingresar por la Avenida de Mayo nos permitió conocer el despliegue de esta Fiesta Patria Popular –así rezaban las remeras de varios asistentes al festejo- en todo su esplendor. Sobre la Diagonal Norte, los puestos de las industrias culturales propias de nuestra tierra se alzaban a diestra y siniestra. “Artesanías de pequeños productores”, me decía un chango que nos sonreía mientras entrábamos por el pasaje de stands. Diseños autóctonos de mantas, individuales y caminos para mesas traídos por comunidades indígenas llamaban la atención de mi amigo a cada paso. La música, con un volumen alto, adornaba toda la diagonal. Casi en la mitad del trayecto, vi a la banda norteña que entonaba una cumbia colombiana “de esas que bailamos todos”, y alrededor del escenario, la multitud se animaba a mostrar sus mejores pasos. Nosotros bailamos un poquito nomás, mientras seguíamos camino a la Plaza. Antes de ingresar, de todas maneras, decidimos recorrer la otra diagonal.

Por la diagonal Av. Roque Sáenz Peña, estaban alineados los puestos de la Autoridad Federalde Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA). La gente que circulaba traía pegadas en el pecho, colgadas en sus gorras o simplemente sostenían con sus manos, consignas que decían: “Pluralidad, Desarrollo, Trabajo”, “La Ley de Medios es más voces”, “Yo luché por la identidad de género”, en un abanico de logros de estos últimos años de democracia. La gente elegía la frase que más le gustaba y se la llevaba, la mostraba y compartía el mensaje.

La pregunta sobre qué se festejaba iba abandonando, poco a poco, el lugar que le guarda mi mente a las retóricas. La multitud exponía los motivos por los que celebraba un domingo más en la Plaza, y eso no era poco. Las caras del Che Guevara en remeras, las de Evita y Cristina en algunas banderas, fotos y dibujos de Néstor Kirchner en camisetas y musculosas se perdían y volvían a encontrar en esa marea de gente. Muchos jóvenes y bastantes representantes de la tercera edad se hacían sita ya hacia las 19.30 horas en las inmediaciones de la Plaza, mientras los stands empezaban a levantar sus productos y sus toldos. Una remera del Partido Comunista Revolucionario (PCR) por allá se acercaba al concurrido stand de las Madres de Plaza de Mayo. Otra con la frase “Bajando ese cuadro, formaste miles” me pasaba por al lado, en alusión a aquél 25 de marzo del 2004 en que Néstor Kirchner retiró el cuadro de Videla de la ESMA.

La gente iba y venía por las calles, hablaban con desconocidos, tomaban folletos, miraban las caras de los que pasaban, todavía esperando la presencia de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la Plaza. Lascolumnas políticas hacían su ingreso por la avenida ya cerca de las 20 horas y la gente las seguía o esquivaba para poder encontrar su lugar.

Su discurso sería el acto central de los festejos, y empezaría todavía cuando pocos resquicios de Sol llegaban a una plaza repleta y ansiosa.“Quiero una democracia plena y profunda, comprometida y sin privilegios”, aseguró haciéndose eco de los últimos vericuetos del caso Ley de Medios. Y con su habitual tono imperativo, y poniendo sobre relieve también el tema de la inseguridad, siguió reclamando el accionar correcto de la Justicia: “La gente está cansada. Por eso necesitamos una Justicia que sirva al pueblo, que sea menos corporativa.” 

Acompañada en el escenario central por figuras del rubro artístico y seguida de cerca por parte de su gabinete y otras figuras políticas afines, Cristina también entregó los premios Azucena Villaflor a personalidades destacadas en la lucha por los derechos humanos, entre ellos los ovacionados Víctor Hugo Morales, Juan Gelman y Daniel Baremboin. Antes se había tocado el himno en una peculiar versión por el Choque Urbano y la Fanfarria Alto Perú del Regimiento de Granaderos a Caballo. La diversidad llegaba a los estratos más institucionalizados, para luego caer hasta los cachetes sonrientes que, doy fe, se dibujaban en los nenes y nenas en los hombros de sus padres, para ver mejor el espectáculo patrio.

La Presidenta se acordó de quienes ayudaron en los años de democracia del país también, enalteciendo la memoria de Yrigoyen, Evita, Perón, Alfonsín y Néstor. Porque así le gusta nombrarlo, Néstor, a secas. También hizo lugar en su discurso para Dilma Roussef, Presidenta de Brasil con quien estuvo reunida en las últimas semanas, y fundamentalmente para Hugo Chávez, quien se encuentra en un delicado estado de salud por estas horas, consciente de esta situación que pone en vilo a la región entera.

Las ovaciones caían de los cuatro costados de una plaza colmada de agrupaciones políticas, jóvenes “libres” y “cabecitas negras” que decidieron juntarse a festejar en claro apoyo a las políticas actuales. Cuadros políticos fervorosos por verse otra vez frente a ella, familias enteras de la mano, parejas con chicos en brazos o en cochecitos encontraban su espacio entre la gente que miraba atónita el escenario. Era un día de festejos, como se venía anunciando, y así lo fue. El pueblo festejaba la democracia, y parte de la línea que fundó el rock nacional decía presente de cara a ellos. Teresa Parodi, Víctor Heredia, Fito Paéz, Charly García, entre otros, se colaban en la agenda entre los termos de mate que acompañaban la tarde-noche. Eran casi las 23 horas cuando Charly apareció en el escenario y se robó todas las miradas. Empezó a sonar “Me siento mucho mejor” en el aire que ya había perdido el olor a choripán. La multitud se quedó saltando y gritándole al hombre del piano. Yo me volví a casa, minutos después, arrepentido de no haberme comprado un chori y con el eco del estribillo de esa canción en la cabeza.


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