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Flema: Resistencia, plebeyismo y Tetrabrik

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Punk, reviente, vino, faso, humo, soledad, descontrol y reviente. Contaminaciones de nihilismo, galaxias de plebeyismo e irreverencia, Flema, de la mano de su líder Ricardo Espinosa, tiñó la escena rockera, y más precisamente la escena punk, de un torrente de transgresión. ¿Cuál fue y es su significación en la escena del rock local y su interpelación, en particular, con las clases populares? ¿De qué modo también “tiran paredes” con el rock chabón? Hipótesis sobre la cultura del aguante.

Por Pablo Díaz Marenghi || @pablodiaz91 || 15-11-2013


Flema es un conjunto punk rock que surge en Avellaneda en 1986, pero su despegue dentro de los escenarios del under local comienza en 1988 con la incorporación de Manuel Ricardo Espinosa (Ricky) en guitarra y posteriormente tomando la voz líder. Grabaron siete discos de estudio, dos discos en vivo y varios simples hasta el año 2001 en el cual Espinosa muere al caer desde un balcón en un confuso episodio. La banda le rindió homenaje a su vocalista con un show que quedó registrado en un disco -“Y aún yo te recuerdo” (2003)- y prometió no volver a tocar jamás. Sin embargo, la banda retornó a los escenarios en 2012, grabó otro disco en vivo y actualmente se encuentra en proceso de lanzar un nuevo disco de estudio.

En primer lugar, el punk rock de Flema se enmarca dentro de la inmensa galaxia definida como música popular, al igual que el rock, la cumbia o el rock chabón, y como afirman teóricos como Alabarces, Salerno, Silba y Spataro: “Es imposible analizar un fenómeno como el de la música popular por fuera de una mirada de totalidad, que reponga el mapa de lo cultural-completo y espeso, con sus desniveles y sus jerarquías, con sus riquezas y sus precariedades, con sus zonas legítimas y las deslegitimadas.- en una sociedad determinada”. Siguiendo este lineamiento, se comprueba de manera consistente la importancia de un análisis de este periodo ya que abarca con precisión, y casi en su totalidad, la década de los noventa en la Argentina; tierras de neoliberalismo furibundo, ajuste, devaluación, pobreza y desempleo. Su final, con la muerte/suicidio de Ricky Espinosa en 2001, coincide con la emergencia de la crisis económica y social que terminó estallando el 19 y 20 de diciembre de 2001 con la renuncia del presidente Fernando De la Rúa, el “que se vayan todos” y 39 muertos en todo el país por represión policial e institucional. En paralelo, moría el líder de un conjunto cuya canción más representativa se llamaba “Nunca seré policía” y su estribillo repetía simplemente: “Nunca seré policía, de Provincia ni de Capital”.

El escritor Diego Vecino en su libro “Flema es una mierda” afirma: “En los noventa todos fuimos punk”. Es una afirmación tajante como para darla por valedera pero sirve como puntapié inicial para problematizar respecto a qué rol jugaba el punk, y en particular el punk que hacía Flema, dentro del contexto socio cultural de los años noventa y principios del dos mil. Con una estética plebeya, transgresora e irreverente, las letras de Flema compuestas por Espinosa reunían temáticas del neobarrialismo, los excesos, el amor, el sexo, las drogas, el vino (“Tetrabrik”, “Siempre estoy dado vuelta”)  la violencia, la muerte y sobre todo, un inmenso nihilismo con tendencias suicidas propias de Espinosa (algunos ejemplos son las canciones “Tiempo de morir”, “Me echaron de casa –soy un mal polvo-“, o “A nadie”).

En sus recitales era común ver escupitajos entre el cantante y el público, un significante propio de la cultura punk, botellas volando, pogo y mosh furioso. En cuanto a lo musical, lo sonoro y lo tímbrico, las canciones de Flema suenan, en su gran mayoría, monótonas, con tres o cuatro acordes, y tonalidades clásicas del punk rock y el hardcore: ritmos acelerados, gritos guturales del cantante, canciones breves, bases de bajo y batería repetitivas y punzantes. En algunos discos aparecía una canción con tonos más suaves como “En la nada”, pero eran raras excepciones. La potencia transgresora, plebeya, barrial y lindante con el rock chabón en Flema eran sus letras, teñidas de historias de barrio, perdedores y adictos.


Aquí, además del alcohol y la junta callejera, otro rasgo propio de la letrística de Flema y Espinosa, abre una vertiente más de análisis: la cuestión de la policía, la resistencia, lo “anticareta” y la retórica del aguante. De por sí un rasgo propio del género, la resistencia a la autoridad siempre estuvo presente en las gramáticas punk y Flema no es la excepción a la regla.

Flema siempre se manifestó como una banda independiente dentro de lo posible. Comenzó dando sus primeros recitales en sótanos del conurbano, en Avellaneda, Gerli y aledaños, hasta llegar a lugares más grandes como Cemento o el Teatro Arlequines, ubicado en San Telmo y conocido como una de las clásicas “cuevas” del rock, el hardcore y el punk under de los noventa y principios del dos mil. Resistieron a las discográficas grandes, además de que por el género oscuro e irreverente que hacían eran rechazados, y editaron sus discos con discográficas independientes (“Ying Yang Discos” y “Cicatriz Discos”). Sebastián Duarte, periodista, autor de la biografía de Ricky Espinosa, cuenta que el cantante solía regalar discos a cualquier persona que pasara por la calle. Si bien no pudieron, ni tampoco pretendieron, generar un campo de resistencia radical y subvertivo del orden social vigente y de la cultura legítima, proporcionaron ciertos reacomodamientos y fragmentaciones en algunos espacios de la cultura rock local, así como también desde sus letras.


La obra de Flema puede emparentarse con el denominado Rock Chabón –calificación periodística y peyorativa- en cuanto a temática, retórica, sonoridad y también en cuanto a los públicos. Esto último, en torno a un factor relacionado al fútbol o a la futbolización que sintetiza en antropólogo Pablo Semán: “Si el ‘Rock Chabón’ se acerca al fútbol debido a las prácticas de sus seguidores, y define sus temáticas a partir de la escucha selectiva de estos, es porque (…) la actividad del público es tanto o más importante que la que ofrecen las bandas”. Ésto se respeta en el punk de Flema, en donde el mosh y los escupitajos a la banda son los principales protagonistas.

Los años noventa fueron indicio de necesidad y pobreza extrema en la Argentina. Quizás grupos de punk rock como Flema, que a priori pueden parecer agresivos, cultores del exceso y desagradables ante el ojo de la cultura legítima, funcionaron como paliativo para una inmensa masa de clases populares descontenta que canalizó su presente. No a modo de anestésico, sino como una práctica, un ritual y una lógica determinada, que proporcionaba contención y pertenencia en tiempos difíciles. En Flema hay dominación y necesidad, pero también hay una estética propia, alternativa incluso a la propia del punk clásico británico y estadounidense, códigos y gramáticas que compusieron una marca significante tangible dentro de la música popular argentina y dentro del rock en general.

Se hace urgente y necesaria una indagación en los públicos (del pasado y actuales para tener un mayor margen) para indagar acerca de cuestiones como ser las retóricas del aguante, la interacción de la audiencia con la banda en los shows de Flema, los cambios que atravesó la banda luego de la muerte de Espinosa en 2001, las similitudes con el Rock Chabón y la retórica “anticareta”, “antirati”, “anticana” y “antiyuta”. También las diferentes apropiaciones que Flema generó a lo largo de los años noventa, los diferentes reacomodamientos y fragmentaciones. ¿Por qué razón Flema no se subió al tren de bandas como Attaque 77 –para continuar en la línea punk- Bersuit Vergarabat o Los Piojos, surgidas casi en la misma época que sí lograron masividad? ¿Es acaso este un símbolo de su resistencia o, dicho de otra manera, su reticencia a integrarse al circuito mainstream? Esto, lamentablemente, nunca se sabrá.


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