Gobernada por tres Presidentes a lo largo del siglo XIX, fue la envidia del resto de las naciones sudamericanas. Inglaterra tuvo mucho que ver en el conflicto, pero esta vez no quiso mancharse las manos con sangre. Fue uno de sus mejores emprendimientos para derrumbar naciones y pueblos, y someterlos económicamente.
Por Sebastián Rodríguez || sebastian_rodriguez999@hotmail.com|| 08-07-2013
Nadie podría imaginar que Paraguay fue lo más parecido a una potencia, durante gran parte del siglo XIX. La guerra de la Triple Alianza, conformada por Argentina, Brasil y Uruguay, financiada y alentada por Inglaterra, marcó el fin de un ciclo de desarrollo independiente, pocas veces visto en América Latina.
“No dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los escombros”, escribió Eduardo Galeano en el capítulo dedicado al Paraguay en su libro Las venas abiertas de América Latina. Esta guerra dejó, como consecuencia, al país mediterráneo saqueado, destruido y con una menor densidad de población. Los países combatientes también sufrieron las consecuencias de la contienda, pero principalmente en términos económicos.
Rodríguez de Francia: el comienzo de una gran nación
Según Galeano (1971), el gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) se apoyó en las masas campesinas para aplastar a la oligarquía del país. Impuso una matriz económica basada en el aislamiento y un desarrollo económico autónomo y sostenido. El Estado era el gran organizador de la nación, orientando todos los recursos económicos.
Si bien gobernó de manera autoritaria, mediante persecuciones, expropiaciones y multas, lo cierto es que Rodríguez de Francia culmino su gestión dejando como resultado un país “sin mendigos, hambrientos ni ladrones”, según palabras de Galeano. Un agente norteamericano de apellido Hopkins dijo, en 1845, que en Paraguay “no hay niño que no sepa leer y escribir”.
López y su hijo Francisco: la continuidad de un proyecto único
Carlos Antonio López sucedió a Rodríguez de Francia pero eso no impidió que Paraguay caminara por la misma senda. El crecimiento económico seguía siendo sostenido. La siderurgia y otras actividades estaban en manos del Estado, que era el gran inversor dado que poseía los recursos suficientes, sin necesidad de depender del capital extranjero. El 98% del territorio era de propiedad pública: el Estado cedía la explotación de parcelas a los campesinos con la condición de poblarlas y cultivarlas, y con la prohibición de venderlas. Con todo esto, las cuentas rendían: la balanza comercial daba superávit y el país se encontraba sin deudas en el exterior.
Hacia 1864, el Estado era más proteccionista que nunca sobre la industria nacional y el mercado interno. Los ríos estaban bloqueados a las naves británicas que enviaban manufacturas de Manchester y Liverpool a todo Latinoamérica.
El quiebre: la hostilidad de los países limítrofes, al servicio del Imperio
El proceso de desarrollo económico de Paraguay necesitaba expandirse. Para el desarrollo industrial se requerían contactos directos con el mercado internacional y fuentes de técnica avanzada. Al no disponer de salida al mar, Paraguay debía salir a través de las bocas de los ríos que conectaban a sus países vecinos Argentina y Brasil. Pero dichas naciones las que bloquearon los canales y fijaron al gobierno paraguayo impuestos arbitrarios al tránsito de las mercancías.
Según Galeano, el ministro inglés en Buenos Aires, Edward Thornson, diseñó los preparativos para la guerra. A través de una “trama de provocaciones y engaños”, se selló el acuerdo argentino-brasileño. Venancio Flores, con la ayuda militar de Brasil y Argentina, invadió Uruguay. El presidente Francisco Solano López (1862-1869) amenazó con la guerra si asaltaban el país oriental.
La prensa argentina, por su parte, ya le empezaba a declarar la guerra al Paraguay, pero más a su presidente. “Hay que matarlo como un reptil”, solían manifestar. “[el presidente paraguayo, Francisco Solano López] ha infringido todos los usos de las naciones civilizadas”, decían las líneas de Standard, un diario inglés radicado en Buenos Aires y anunciaba que el presidente Mitre “llevará en su victoriosa carrera, además del peso de glorias pasadas, el impulso irresistible de la opinión pública en una causa justa”.
El 1º de Mayo de 1865 se firmó el tratado entre Brasil y Uruguay. Siempre según palabras de Eduardo Galeano, en dicho tratado los futuros vencedores se repartieron los despojos del vencido. Allí, Argentina se aseguraría todo el territorio de Misiones y Chaco. Brasil se quedaría con una extensión inmensa hacia el oeste de sus fronteras. Pero a Uruguay, gobernado por un genuflexo de los argentinos y brasileños, no le correspondería nada.
Solano López, mejor conocido como “el oprobioso tirano”, se preparaba con todo y lo mejor que tenía a su alcance. A él se sumaba todo el pueblo paraguayo: hombres, mujeres, niños y ancianos se sumaron al combate, como podían.
Finalmente, “el oprobioso tirano” murió asesinado a bala y lanza en la espesura del cerro Corá. “¡Muero con mi patria!”, fueron sus últimas palabras. Muchos compatriotas se iban con él, así como todo lo que habían conseguido.
Los vencedores quedaron económicamente arruinados y a merced de los banqueros ingleses, los financistas de esta aventura bélica. Argentina se quedó con 9400 kilómetros cuadrados de tierra paraguaya y otros componentes del botín. El presidente Bartolomé Mitre anunció: “Los prisioneros y demás artículos de guerra nos los dividiremos en forma convenida”. Uruguay fue el único que no fue beneficiado con el reparto del botín. De acuerdo con lo que sostiene Galeano, algunos soldados charrúas subieron al buque literalmente con las manos atadas.
Paraguay quedó sometido al despojo, al libre cambio y latifundio. Todo fue saqueado y vendido. Ni bien culminó el conflicto, cayó el primer empréstito a tierras guaraníes, proveniente de capitales ingleses, de 1 millón de libras esterlinas. Al país llego menos de la mitad. Las refinanciaciones elevaron la deuda a 3 millones.
A partir de entonces se garantizó la libertad de comercio en Paraguay. Se abandonó el cultivo nacional de algodón y Manchester arruinó la producción textil.